Pareciera absurdo, pero así es. A 50 años de la matanza de Tlatelolco, aquél fatídico 2 de octubre de 1968, fecha ignominiosa que ha quedado signada en los anales de nuestra historia; deja hasta la fecha muchas dudas que no han podido ser aclaradas, dudas que siguen ocultando motivos, causas, actores implicados, inclusive nadie logra precisar hasta la fecha el número de muertos producto de la represión gubernamental del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Hay fuertes indicios de la participación de la CIA en los sucesos del 68; aún no podemos precisar si los militares iniciaron el tiroteo o fue Batallón Olimpia, como lo dije en un principio: hay más dudas que certezas. Lo ocurrido depende también de la percepción del grupo que participó en aquella manifestación pacífica que terminó en hecatombe. No solo participaron estudiantes, sino que se sumaron a la corriente miembros del entonces ilegal partido comunista, sindicatos y hasta amas de casa. El movimiento coincidió con una serie de movimientos en otras latitudes del mundo: mayo de 1968 en Francia y los movimientos pacifistas en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam. Por ello 1968 ha sido designado por algunos como el año de la “conciencia social” mundial. Para el caso de nuestro país, lo cierto es que el movimiento estudiantil iniciado por jóvenes preparatorianos; reclamaban el cumplimiento de la ley, respeto a los derechos y la Constitución, difícilmente hoy podemos encontrar en el nivel medio superior jóvenes con ese grado de compromiso social para con su país. El Consejo Nacional de Huelga, conformado por estudiantes de la UNAM y el IPN reclamaban entre sus principales postulados la disolución del cuerpo de granaderos, eliminar de las leyes el delito de disolución social y castigo a los responsables de agredir estudiantes; después se agregó la exigencia de la liberación de todos los presos políticos, y un diálogo público y abierto del Consejo Nacional con el gobierno federal. Los estudiantes también estaban indignados porque los Tarahumaras morían de hambre y el gobierno mexicano gastaba millones de pesos en la organización de los juegos olímpicos. Situación inaceptable. Era un movimiento que se desenvolvía en un sistema represivo, en el cual había que pedir permiso a la SEGOB para realizar una manifestación. La psicosis gubernamental producto de la fobia yanqui al comunismo y a la supuesta influencia de la URSS y Cuba (influencia que hasta el día de hoy no ha sido comprobada), más la racha represiva de movimientos que el gobierno arrastraba (médicos, electricistas, ferrocarrileros) y la exposición mundial de los juegos olímpicos que por vez primera se transmitirían por vía satelital no auguraban un desenlace positivo al movimiento. 50 años han pasado, la frase de “2 de octubre no se olvida” ha sido ya olvidada por las nuevas generaciones, y las no tan nuevas. Una ola de indiferencia sobre los problemas sociales de nuestro país y la ignorancia sobre nuestra realidad azota a la mayoría de los mexicanos. Es cierto, tenemos jóvenes revolucionarios, que se indignan, pero son revolucionarios de redes sociales, que solo critican y comparten noticias de dudosa procedencia. En un sistema que ahora permite la manifestación de ideas en materia política, tenemos una apatía social que da miedo, la indignación parece ser solo una sombra que se difumina en el éter. No solo se ha olvidado el suceso del dos de octubre, sino su mensaje y sobre todo se ha olvidado la “conciencia social” que fue la piedra angular de un movimiento que cambió para siempre nuestro país. Honor a esos valientes jóvenes que dieron su vida por un México de libertades.