Siempre es difícil aceptar la muerte de una persona estimada, nunca nadie estamos preparados para la última despedida, siempre pensamos que al siguiente día todo será igual, pero la realidad es tan cruel y siempre se impone, y la misma se agrava cuando conocemos sobre la pérdida de una persona joven, con muchos sueños y metas por cumplir, y que las clásicas palabras de que “Dios sabe lo que hace” no dan consuelo ni mucho menos permiten aceptar designios que carecen de sentido, pues no logro concebir un Dios tan cruel que requiera a su lado de virtudes de algunas personas y que para ello deba quitarles la vida. Areli, era una niña virtuosa, con una madurez admirable a su corta edad, ni siquiera era mayor de edad, dueña de una voz angelical que nos regalaba en cada una de las canciones que interpretaba y llena de una humildad que invitaba a interactuar con ella. Recuerdo que fue ella quien levantó firmas de compañeros y habló con un regidor del municipio de Nava para conseguir apoyo para un camión, yo le comentaba que ya tenía gestiones para adquirir unidades de transporte, pero aún así me insistía y gracias a su intervención logramos conseguir un recurso de dicho municipio. Arely, buscaba una mejora para su escuela y para sus compañeros, siempre fue una niña que mostraba una sonrisa a pesar de la enfermedad contra la que diariamente luchaba, electa consejera universitaria por sus compañeros tenía siempre una disposición ejemplar para acudir a sus responsabilidades sin importar la distancia y el tiempo. Era una niña entregada completamente a Dios, a quien le dedicaba su vida fuera de la escuela. En clase, escuchaba mis argumentos con los que criticaba yo a la religión y el papel de la iglesia como institución controladora de masas, se quedaba atenta, reflexionando, me daba la razón en unos argumentos, en otros me rebatía, siempre tenía algo que decir. De pronto la muerte truncó sus sueños, sus metas, enlutó a su familia y llenó de dolor a quienes la apreciábamos. No, Areli no merecía morir, difícilmente podemos emitir juicios fatalistas sobre quien merece la vida y quien probablemente no. Existen personas tan mordaces que siguen en pie para lastimar con sus actos y palabras a muchas personas, y siguen ahí, incólumes, y existen personas como Areli, que sin duda y sin querer ser dueño de una verdad absoluta, me atrevo a afirmar que ella merecía vivir. Areli se fue en días lluviosos, lluvia que sin duda eran lágrimas del cielo ante la pérdida de un ser humano ejemplar, que me atrevo a asegurar, no albergaba maldad en su corazón, sino bondad absoluta, como si supiera ella que su tiempo estaba bien definido y quisiera dejarnos una lección de vida. Areli se fue no sin antes dejarme un mensaje con su madre en los intervalos de su agonía, un mensaje que ella le encargó muy encarecidamente a su progenitora me hiciera llegar y que dicho mensaje provenía directamente de Dios mismo. Ello ha marcado ya mi vida. Sus creencias eran tan sólidas y fuertes que ese es el único consuelo que nos queda a quienes nos duele su partida: ahora puede disfrutar de la presencia del ser a quien le dedicó su vida, me refiero a Dios. Me quedo con el recuerdo de su sonrisa, de su alegría diaria y de su amor por Dios y la vida, me duelen sus sueños mutilados y jamás aceptaré razón en su partida. Descansa en paz querida niña, tu tiempo aquí se ha terminado y la promesa de la eternidad en la cual firmemente creías es ya para ti tu destino final. Abrazo hasta el cielo.