Es bastante normal, aunque definitivamente ya no es aceptable. Sucede
todavía en casi todo nuestro país, pero mal de muchos no es consuelo de nadie.
Y es que en pleno desarrollo del proceso electoral que acontece en nuestra
entidad, ya han habido algunos “suspirantes” que han manifestado su intención
de llegar a la silla grande tanto en el congreso local, la gubernatura y desde
luego, a los ayuntamientos de nuestro Estado. Y en sus anhelos comienzan a
proferir frases que intentan ganarse la confianza de los electores y llamar la
atención de un público que hay que decirlo: en este país los electores no
responden a los políticos con el lado izquierdo del cerebro: con la razón y la
lógica, sino con el lado derecho: con la emoción, independientemente de que sus
emotivas frases y mensajes sean inversamente proporcionales a su desempeño. Tal
es el caso del Secretario del Ayuntamiento de Zaragoza, Coahuila, quien hace
uso de dos frases bastante estériles en donde intenta denotar la idea de un
cambio sin que sus acciones, hasta la fecha, sean soporte práctico de lo que
intenta vender: “hay otro Zaragoza en curso”, y “esperanza presente”. Al
respecto, el susodicho pertenece al municipio más opaco de los cinco
manantiales y al que, consecuentemente, representa al mismo tiempo al ayuntamiento
que más derechos humanos violenta al negar sistemáticamente y en reiteradas
ocasiones información pública (amparada en el artículo sexto constitucional) a
quienes así lo solicitan. No obstante, de las negativas de información que
indudablemente pasan por sus manos, en lo personal y en público se comprometió
a entregar dicha información en un plazo perentorio, sin que hasta la fecha
haya cumplido lo que prometió. Así mismo, el precandidato hace referencia
directa a un nuevo estilo de gobernar en el que el ciudadano sea el
protagonista y el actor principal de ese nuevo estilo y a lo cual también se
comprometió a entregar dichas estrategias
para empoderar a los ciudadanos de aquél subdesarrollado pueblo. Como
era de esperarse, tampoco entregó dicha información en el plazo que él mismo
estipuló. De aquí podemos colegir dos conclusiones fundamentales: la primera,
es que los políticos siguen prometiendo la panacea a los problemas sociales que
los rodean con una serie de frases y acciones que nunca explican a detalle. Es
decir, nos dejan ver los “que”, pero no nos dicen los “cómo”. Piensan que la sociedad
sigue siendo aletargadamente homogénea y
que todos nos dejamos llevar por la emotividad de una rimbombante frase. Y en
segundo lugar, es importante para los ciudadanos que votamos, tener en cuenta
el desempeño de dichos políticos a través de la medición de su desempeño y el
papel que han desarrollado durante su gestión. En lo personal, me parece
bastante inquietante que un político que no cumple en reiteradas ocasiones lo
que promete y que pertenece a una administración bastante opaca se presente
alardeando la bandera de la esperanza, cuando lo que sus acciones denotan es un
escenario repleto de desesperanza. Para que este país empiece a cambiar, los electores
deben tomar en cuenta no sólo la emotividad, sino la razón fundamentada a la
hora de decidir.