jueves, 3 de mayo de 2018

LA GRAN FALACIA


Difícilmente puede uno encontrar a una persona que opine de manera positiva cuando de seguridad social se habla. Los servicios de salud públicos en este país siempre se han caracterizado por la ineficiencia, el mal trato a los derechohabientes y la escasez de medicamentos. Estos males, que parecen ser endémicos en instituciones como el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) han empezado a revertirse en los últimos años, al menos en cuestión financiera, pues después de casi 10 años en que el IMSS se encontraba en una situación de quiebra técnica por déficit presupuestal, hoy cuenta ya con un superávit de más de 6 mil millones de pesos, esto gracias a que ha incrementado sus ingresos (obrero-patronales) en más del 20% durante el periodo 2013-2016. Si bien es cierto que el IMSS va cuesta arriba en cuanto a sus ingresos gracias al trabajo de los mexicanos, los servicios que dichos trabajadores requieren del instituto no son proporcionales a la hora de una necesidad médica. En lo personal, me tocó acompañar a una alumna a la unidad del IMSS en Allende, Coahuila, con derecho a servicio médico a recibir atención de “urgencia”; y la respuesta fue cien por ciento burocrática: la chica carecía de una identificación en el momento y se le exigía una constancia con fotografía para poder prestarle el servicio. Cualquiera entiende que hay procedimientos normativos para una consulta, pero la teoría de la contingencia nos dice que hay ocasiones en que las urgencias obligan a soslayar momentáneamente requisitos administrativos. No obstante, no es ni siquiera la respuesta técnico burocrática la que indigna, sino la actitud ataraxica de las enfermeras y personal que poco les importa que un derechohabiente se retuerza de dolor en una sala de urgencias y que lo prioritario sea un documento. Hablé personalmente con el director de la unidad médica, quien desde luego me atendió, sin embargo, su atención solo se quedó en un simple “ahorita lo arreglamos”, la frase técnica de un burócrata para deshacerse de un incómodo cliente de servicio público, pues pasó más de media hora y la chica no recibió atención médica porque el personal de turno aún no llegaba. Es insultante e inaceptable la prestación de servicio que esta clínica ofrece a los derechohabientes que, por cierto, son los responsables de que el IMSS engorde su cuenta bancaria y tenga recursos para gastar en “mejorar el servicio que presta.” Y no es que de pronto se me ocurra decirlo, así lo menciona categóricamente el comité de derechos humanos e igualdad del IMSS que recientemente acaba de presentarnos los postulados que el IMSS debe observar en su diario existir, y son, sucintamente, los siguientes: I. Cero rechazos en el acceso a los servicios médicos (la alumna se quedó sin servicio a final de cuentas), II. Evitar retrasos y esperas en la atención (la alumna estuvo más de una hora en “urgencias” esperando y al final tuvo que retirarse), III. Otorgar un trato digno y respetuoso que involucre a las pacientes en la toma de decisiones (en lo personal no alcanzo a ver la dignidad en dejar sin atención a una menor de edad que requiere atención inmediata), IV. Evitar prácticas rutinarias innecesarias (como el tortuguismo en la atención médica o la ausencia de médicos). De lo anterior, podemos colegir una de dos conclusiones: o el comité de derechos humanos no ha socializado con sus empleados y delegaciones los postulados aprobados en el comité de derechos humanos del IMSS, o el director de la unidad de Allende no se ha dado el tiempo de leer las nuevas indicaciones para profesionalizar y mejorar el servicio que se presta en dicha unidad. Por lo pronto, hay una falta de conexión entre la teoría y la práctica y el deber ser del IMSS sigue siendo la misma gran falacia de siempre en detrimento de quienes contribuimos diariamente a que dicho instituto tenga en estos momentos más de 6 mil millones de pesos de ganancias.