jueves, 26 de abril de 2018

ECOS DEL DEBATE


Quizá debemos comenzar por lo obvio: la esencia de un debate estriba en una exposición clara y precisa de ideas sobre un tema en particular, sin importar la cantidad de individuos que participen en el mismo. De esta exposición de ideas surgen motivos que deben ir acompañados de argumentos sólidos que sostengan la postura sobre el tema en cuestión. La esencia misma del debate no permite la idea de un ganador del mismo, esta tendencia a definir un ganador surge en la tesitura de interpretaciones personales generalmente cargadas de filias o simpatías hacia uno de los debatientes. Es por ello que, tratándose de políticos, todos se autoproclama siempre ganadores. Los temas en el pasado debate de los candidatos a la presidencia de la república eran bastante precisos: sistema constitucional y democracia; seguridad pública y violencia, y combate a la corrupción y transparencia; pero vayamos directo a la realidad que distó mucho de la esencia pragmática de un debate, pues lejos de una plataforma de propuestas y presentación de ideas, el debate del pasado 23 de abril fue marcado por acusaciones de corrupción entre los participantes. En efecto, no fue la democracia, ni la seguridad pública ni el combate a la corrupción lo que trascendió en el evento, sino señalamientos como La estafa maestra del actual gobierno, los sobornos de Odebrecht, señalamientos sobre inconsistencias en declaraciones patrimoniales de los candidatos de MORENA y La Coalición por México al Frente. La idea de los debatientes, evidentemente, no era posicionar posturas, sino desacreditar lo más que se pudiera a los rivales, en particular al puntero, para con ellos tratar de mejorar resultados en las encuestas electorales haciendo uso de diatribas o señalamientos que inciten a votantes emocionales a decidir la orientación de su sufragio. Y es que el evento fue en esencia, una referencia directa a la frase de “Panem et circenses” al ofrecernos un espectáculo circense en donde lejos de revisar propuestas, los espectadores estaban a la espera de la exposición de debilidades de cada candidato y las locuras de algún otro como aquél que propone mutilar a los corruptos en clara violación al artículo 22 constitucional. Se trata, empero, de la historia de siempre, pues los debates presidenciales se han caracterizado históricamente por ser todo, menos debates. Ya sea por la falta de cultura al ser bastante escasos y solo existir en elecciones presidenciales y gubernaturas, cuando pudiera desarrollarse entre aspirantes a presidentes municipales, regidores, diputados y senadores, o bien, por la escasez de políticos profesionales que privilegien la presentación de soluciones a nuestros males nacionales o simplemente porque no existen políticos que estén ajenos a escándalos lo cual vuelve imposible no fincarles señalamientos por actos ignominiosos cometidos en sus respectivos pasados como servidores públicos. Cualquiera puede ser la causa. Aún faltan dos foros, me atrevo a llamarlos así, por la ausencia de elementos básicos de un debate, los mismos tratarán temas sobre política exterior, migración, cultura, educación, pobreza, etc., es decir, temas nodales para el desarrollo de este país; mismos que dados los antecedentes del primero, auguran diatribas y señalamientos similares, pero recargados, por lo que les faltó señalar en el primero y bajo la presión de la cercanía del primero de julio.