Quizá debemos
comenzar por lo obvio: la esencia de un debate estriba en una exposición clara
y precisa de ideas sobre un tema en particular, sin importar la cantidad de
individuos que participen en el mismo. De esta exposición de ideas surgen
motivos que deben ir acompañados de argumentos sólidos que sostengan la postura
sobre el tema en cuestión. La esencia misma del debate no permite la idea de un
ganador del mismo, esta tendencia a definir un ganador surge en la tesitura de
interpretaciones personales generalmente cargadas de filias o simpatías hacia
uno de los debatientes. Es por ello que, tratándose de políticos, todos se autoproclama
siempre ganadores. Los temas en el pasado debate de los candidatos a la presidencia
de la república eran bastante precisos: sistema constitucional y democracia;
seguridad pública y violencia, y combate a la corrupción y transparencia; pero
vayamos directo a la realidad que distó mucho de la esencia pragmática de un
debate, pues lejos de una plataforma de propuestas y presentación de ideas, el
debate del pasado 23 de abril fue marcado por acusaciones de corrupción entre
los participantes. En efecto, no fue la democracia, ni la seguridad pública ni
el combate a la corrupción lo que trascendió en el evento, sino señalamientos
como La estafa maestra del actual gobierno, los sobornos de Odebrecht,
señalamientos sobre inconsistencias en declaraciones patrimoniales de los
candidatos de MORENA y La Coalición por México al Frente. La idea de los debatientes,
evidentemente, no era posicionar posturas, sino desacreditar lo más que se
pudiera a los rivales, en particular al puntero, para con ellos tratar de
mejorar resultados en las encuestas electorales haciendo uso de diatribas o
señalamientos que inciten a votantes emocionales a decidir la orientación de su
sufragio. Y es que el evento fue en esencia, una referencia directa a la frase de
“Panem et circenses” al ofrecernos un espectáculo circense en donde lejos de revisar
propuestas, los espectadores estaban a la espera de la exposición de
debilidades de cada candidato y las locuras de algún otro como aquél que propone
mutilar a los corruptos en clara violación al artículo 22 constitucional. Se trata,
empero, de la historia de siempre, pues los debates presidenciales se han
caracterizado históricamente por ser todo, menos debates. Ya sea por la falta
de cultura al ser bastante escasos y solo existir en elecciones presidenciales
y gubernaturas, cuando pudiera desarrollarse entre aspirantes a presidentes
municipales, regidores, diputados y senadores, o bien, por la escasez de
políticos profesionales que privilegien la presentación de soluciones a
nuestros males nacionales o simplemente porque no existen políticos que estén
ajenos a escándalos lo cual vuelve imposible no fincarles señalamientos por
actos ignominiosos cometidos en sus respectivos pasados como servidores
públicos. Cualquiera puede ser la causa. Aún faltan dos foros, me atrevo a
llamarlos así, por la ausencia de elementos básicos de un debate, los mismos tratarán
temas sobre política exterior, migración, cultura, educación, pobreza, etc., es
decir, temas nodales para el desarrollo de este país; mismos que dados los antecedentes
del primero, auguran diatribas y señalamientos similares, pero recargados, por
lo que les faltó señalar en el primero y bajo la presión de la cercanía del
primero de julio.