Ricardo Alemán, el periodista, fue contundente, aunque
no lo quiso reconocer después, pero sus comentarios invocaron un suceso que, si
bien no es novedoso en México, no es siquiera conveniente mencionarlo en
momentos de vicisitudes electorales tan efervescentes como el actual proceso
electoral federal. Me refiero a la figura del magnicidio, que bien puede
simplificarse como el asesinato de una figura política importante, de relieve nacional
si se me permite precisar. Debemos remitirnos al entonces presidente Francisco
I. Madero, asesinado por Victoriano Huerta, El Chacal, o al presidente electo
Álvaro Obregón, mandado asesinar por Plutarco Elías Calles, o el pre candidato priista
Luis Donaldo Colosio, mandado asesinar por altos perfiles de su mismo partido. Todos
esos lamentables sucesos, fueron magnicidios que se efectuaron, precisamente,
porque los asesinados suponían un atentado contra fuertes intereses de la clase
gobernante o por ambición de rivales de llegar al poder a cualquier costo. El
periodista aludido hizo mención de algunas figuras del medio artístico que
fueron asesinadas por fanáticos, y lanzó la pregunta a los denominados “chairos”
sobre qué estaban esperando para hacer lo propio con su principal figura de
inspiración y simpatía: Andrés Manuel López Obrador.
Lamentablemente, lo proferido
por el periodista es realmente alarmante, por el simple hecho de que la inseguridad
en este país presenta cifras alarmantes que nos ubican en el contexto de
naciones africanas o de medio oriente con conflictos internos belicosos y con
niveles de impunidad insultantes y antidemocráticos. Si a esto agregamos el hecho
de que con frecuencia leemos noticias sobre candidatos o políticos como
regidores o diputados que son asesinados por grupos delictivos, las condiciones
son, pues, las apropiadas para que la idea del magnicidio no resulte tan descabellada.
Sobre todo, cuando el candidato puntero se encuentra a una distancia histórica
y nunca antes vista en cuanto a preferencias electorales desde que iniciaron
las encuestas en este país y sobre todo que enarbola sus ideas con un discurso
que amenaza cientos o miles de intereses tanto políticos como económicos
plagados seguramente de corrupción y malas prácticas. De aquí que la idea de un
posible magnicidio no ronda solo en los pensamientos de Ricardo Alemán, sino en
los de muchos que ahora vemos posibilidades reales de un giro gubernamental
hacia la izquierda y la posibilidad de que esos intereses que acabaron con la
vida de los tres políticos mencionados en principio se tornen dispuestos a
cualquier método con tal de retener privilegios en el actual contexto de fin de
sexenio. El periodista Alemán no despertó una idea aislada, solo puso en la mesa
un tema escabroso sobre el cual nadie quería hablar, pero sobre el que muchos
temen y que al respecto, ha levantado pronunciamientos tanto del gobierno
federal como de la autoridad nacional electoral haciendo llamados a no
enrarecer el ambiente político electoral con temas escandalosos, no obstante,
más que llamados, me parece que las autoridades deben asegurar la integridad de
los contendientes, no solo del líder chairo, sino de todos los participantes,
porque un posible magnicidio echaría por tierra todos los esfuerzos de una
incipiente democracia que aún no encuentra el rumbo para desarrollar a este país.