jueves, 1 de marzo de 2018

FANTASMAS


Pareciera que los casos en donde se revelan desvíos de cuantiosos recursos públicos son ya tan comunes en nuestro país que hemos perdido ya como ciudadanos la capacidad de asombro. Los casos son tan recurrentes y los funcionarios implicados parecen no inmutarse ante una sociedad con indignación coyuntural que no trasciende un “me enoja” en las redes sociales. De poco sirve que la Auditoria Superior de la Federación detecte irregularidades si carece de herramientas para castigar malas prácticas y su función se remite solo a socializar mediáticamente casos de corrupción para que inmediatamente haga acto de aparición la llamada impunidad que cobija a cientos de funcionarios que se han apropiado de espacios y recursos públicos. El tema viene a colación por la reciente información en que la ASF ha detectado desvíos por más de mil millones de pesos en la Secretaría de Desarrollo Social y cuyos recursos se canalizaron a empresas fantasmas. Desde luego que la ex titular y presunta culpable, Rosario Robles, niega toda responsabilidad al respecto, no obstante, la misma aludida fue señalada de participar en la llamada “estafa maestra”, en la que la misma dependencia, bajo sus órdenes, lavaron recursos en complicidad con algunas universidades públicas por la cantidad de 540 millones de pesos, todo igual a través de subcontrataciones a empresas igualmente denominadas fantasmas. De igual forma sucedió en Coahuila, cuando se descubrió el daño al fisco por más de 400 millones de pesos que se entregaron en contratos a empresas fantasmas. Hasta hace no muchos años, el peculado era la forma de apropiación de recursos públicos por funcionarios corruptos y se manifestaba tan solo con la simple “desaparición” de dinero o bienes materiales, por ejemplo, el pemexgate fue tan solo la desaparición de más de mil millones de pesos de las arcas del sindicato de PEMEX en beneficio de la campaña del priista Francisco Labastida. Sin embargo, el mismo paso del tiempo ha hecho que el peculado sea cada vez más sofisticado y en lugar de solo desaparecer el recurso, ahora se crean empresas que físicamente no existen y que se registran en domicilios particulares y a las cuales se les pagan diversas cantidades por recursos prestados y con ello el acto de desaparición de recursos se formaliza y se encauza dentro de los parámetros establecidos por las autoridades fiscales. En pocas palabras, el gobierno echa andar una compleja maquinaria de lavado de dinero para que el desvío de recursos siga en marcha y con ellos seguir lastimando al erario público en beneficio de unos cuantos. A principios de este mes, la Suprema Corte de Justicia declaró constitucionales las listas negras que posee el SAT y la publicación de las mismas, de esta manera, podemos saber cuáles son las empresas que han lavado dinero al gobierno en sus tres ámbitos y que solo existen en nombre, pero no en físico. Falta saber si el SAT hará efectiva su labor de evidenciar dichas listas, pero lo que realmente nos hace falta, es que se establezcan claras, precisas y ejemplares sanciones contra estas empresas y sus aparentes propietarios y, sobre todo, castigos para los funcionarios que hacen uso de los servicios fantasmales de desaparición de recursos. De poco sirve el fallo de la corte en favor de la transparencia, de poco sirve que la ASF detecte cientos de irregularidades y las plasme en sus informes si al final la impunidad seguirá tan incólume como siempre.