A la ecuménica frase: “en el
amor y la guerra todo se vale”, le faltó que se le agregara el término “política”.
En efecto, para ganar una guerra u obtener un amor, cualquier método es válido,
siempre y cuando se logre el objetivo deseado. Maquiavelo perfeccionó la frase,
pero dentro de la arena de la política, con su estribillo clásico de “el fin
justifica los medios”, el autor de El Príncipe, aseguraba que, en política,
cualquier estrategia u acción por más vil y soez que esta fuera, era aceptable con
el fin de lograr la meta fijada. En la actualidad, y usando un término un poco
más sofisticado, pero sin duda más formal, se hace uso del término “pragmatismo
político” para hacer alusión a extrañas uniones que de pronto parecieran chocar
en cuanto a sus dogmas y principios, pero que, en la búsqueda de objetivos
últimos y comunes, también parecieran olvidar esas abstractas diferencias y unir
esfuerzos para alcanzar objetivos en comparsa. En lo personal, el pragmatismo
político es una estrategia que busca dejar de lado diferencias para sacar
adelante objetivos genéricos y no particulares. El pacto por México, que unió a
todas las fuerzas políticas a inicios del sexenio del actual presidente Enrique
Peña Nieto, fue una ejemplar muestra de pragmatismo político, pues los partidos
dejaron de lado sus ideologías que de manera bastante constante los volvían antagónicos
e irreconciliables y que tornaban cualquier discusión o iniciativa en digresiones
que finalizaban en encono llenos de argumentos viscerales y poco utilitarios. Pero
el pragmatismo es anatema para muchos puritanos que no pueden entender uniones de
partidos como MORENA y el PES, como PAN y PRD, que ciertamente poseen andamiajes
ideológicos bastante disímbolos y asimétricos. Más allá de objetivos a largo
plazo, este tipo de uniones buscan unir prerrogativas constitucionales, pues la
ley electoral les permite unir sus tiempos a los que tienen derecho en radio y
televisión, así que, para empezar, las uniones tienen bien definido el objetivo
a plazo inmediato que definitivamente les beneficia en una sociedad verdaderamente
mediatizada. Pero las uniones insólitas no son taxativas a la política
mexicana, y para que los aterrados por estas alianzas descansen un poco, es apropiado
mencionar algunas alianzas que sin duda demuestran que estas son más comunes y benéficas
de lo que pudieran parecer. Impensable para muchos ver a rusos y estadounidenses
unidos en alianza contra Alemania en 1943 para ganar la segunda guerra. 40 años
después, la “perestroika” demostraría que las ideologías salen sobrando cuando
de objetivos de gran calado se trata. El pacto de la Moncloa entre Falangistas
y Socialistas en España, unió posturas que parecían inconciliables para llegar
a procesos sólidos de paz. En México, los exgobernadores Juan Sabines y Zeferino
Torreblanca, solo por citar dos ejemplos, lograron la victoria uniendo las ideologías
de izquierda y derecha representadas por PRD y PAN, para con ello consolidar
sus proyectos políticos. En otras palabras, más allá de atavismos mentales que
se oponen, se asombran o no conciben la posibilidad de que dos o más partidos o
ismos antagónicos puedan convergir en una solo línea de acción para conseguir objetivos
que rebasan sus propios principios; lo que debemos hacer sin duda alguna es asimilar
que los tiempos del conservadurismo murieron cuando Juárez decreta las leyes de
reforma, que el pensamiento anacrónico solo nos ancla al pasado y nos condena a
la inmovilidad, que las visiones unívocas y aisladas nos condenan al fracaso
ante la ausencia de proyectos nutridos de nación.