Ciertamente de los candidatos en contienda era el más
idóneo, pues tenía virtudes y cualidades que los demás no poseían, entre ellas,
su origen, pues no nació en cuna de oro ni dentro de una élite que le asegurara
diversos puestos en la vida pública como muchos otros. Formado en la cultura
del esfuerzo, y con un perfil académico y profesional en la línea de la
Administración Pública, carrera eminentemente afín al servicio público, y que
ciertamente los demás tampoco poseían. Intelectual que proyectaba una imagen de
confianza y que, además, no tenía mancha alguna durante su paso como encargado
de las finanzas durante el sexenio de Enrique Martínez en Coahuila, como
alcalde de San Pedro de las Colonias o en cualquier otro cargo que hubiese
desempeñado. Con el plus de haber renunciado al PRI, de pronto aparecía como
una opción real para los decepcionados del venido a menos status quo. Javier
Guerrero, de pronto parecía tener todo para ganar y muchos aseguraban que era
“El Bronco” de Coahuila. Pero no fue así, sus expectativas fueron más ingentes
que la realidad de su papel durante la elección, pues sus resultados fueron
paupérrimos y mediocres. ¿Qué le pasó al Corcel Negro? ¿Por qué no pudo ser la
réplica de “El Bronco” en Nuevo León?
Para empezar, realizando una odiosa comparación entre
El Bronco y El Corcel, de entrada, la alegoría de cada uno de ellos resulta ser
bastante sugestiva, pues Bronco suena y se escucha más agresivo, más
iconoclasta contra un sistema que de pronto apesta y se vicia y resulta ser
pernicioso contra los ciudadanos, mientras que “corcel” es el eufemismo contra
un sistema similar, timorato, que no quiere incomodar. Javier Guerrero, jamás
mencionó nombres de quienes habían lastimado a Coahuila, jamás habló de refundirlos
en prisión, y esa laxitud en sus palabras no hicieron eco en una sociedad harta
que esperaba de él mayor decisión contra quienes supuestamente han hundido
nuestra entidad. Ahí su primera falla. En segundo plano, “El Bronco” se hizo de
una estrategia agresiva en redes sociales apoyado por un experto en la materia.
Javier fue también suave en ese sentido, su presencia en redes sociales era apenas
tímida, delegada a algunos de sus más fieles seguidores que no suponían ser
difusores a mediana escala de su figura. De igual manera, su presencia fue
bastante regionalista, pues al menos en el norte de Coahuila, fue hasta el
último trayecto del proceso electoral cuando su presencia se dejó sentir
presentando un libro que resultó ser una absurda estrategia, pues, de entrada,
los mexicanos no nos caracterizamos por leer libros, por lo que esa sutil
manera de hacer acto de presencia simplemente no trascendió. Los jóvenes que
votan leen solo estados de Facebook, no libros tediosos y sin atractivo como el
que presentaba Javier. Eso lo supo entender “El Bronco”, pero no “El Corcel”.
Finalmente, es cierto, Javier es un intelectual, pero eso solo debe ser un
plus, no un factor determinante para ganar una elección. Si en este país los
mexicanos votaran por el candidato más preparado, más inteligente y con mejores
propuestas, Gabriel Quadri y no Enrique Peña sería presidente. “El Bronco” no
proyectó jamás una imagen de intelectual ante un pueblo que adolece de los
mismo, sino una imagen de rebeldía. Javier nunca pudo ver esto. Es cierto,
tenía todo para ganar, bueno, casi todo.