Cientos, miles seguramente, se están
desgarrando las vestiduras por los decretos tanto del Tribunal Federal
Electoral con su dictamen sobre la fiscalización del INE en el proceso
electoral del pasado junio en Coahuila, que ordena al INE reformular su dictamen sobre el rebase de
gastos de campaña de los contendientes, así como el veredicto del tribunal
electoral del Estado de Coahuila que ha desechado las impugnaciones sobre los
resultados de dicha jornada electoral por parte de los autonombrados “dignos”,
bajo el lema de Frente por la Dignidad. Es cierto, la elección fue la más
reñida en la historia de Coahuila, los participantes eran muchos, incluso se
estrenaron las figuras independientes, por ello las expectativas eran de una
alternancia en ingente posibilidad. Por ello es comprensible que la molestia se
deje sentir y escuchar en diversas latitudes de nuestra entidad. Todo es
comprensible y hasta justificable, no obstante, lo que de ninguna manera lo es, resulta ser ese cuarteto de
superhéroes que de pronto surgen para defender a un pueblo ultrajado que ha
sido despojado de su capacidad autónoma de decisión, un pueblo pueril que se dejó
llevar e inducir en su sufragio avasallado por las carretadas de dinero que uso
el PRI de manera arbitraria para comprar conciencias, aunque las autoridades
federales y locales ya hayan dicho lo contrario y eso las vuelve cómplices de
una mafia que atenta contra los intereses de nuestra vapuleada sociedad. Cuatro
indignados con los resultados post electorales que logran superar sus
diferencias y se unen bajo una bandera que busca encaminar a Coahuila por la
senda correcta. Un panista acusado de nexos con narcotraficantes, un ex priísta
dolido porque nunca entendió el funcionamiento interno de la democracia en su
partido, un ex panista que bajo el lema de “arre” simulaba ser un pastor que
arreaba ovejas y que llamaba la atención con sus discursos incendiarios y, finalmente,
un empresario minero que de pronto se le ocurrió la idea de que podía gobernar
una entidad. Diversas personalidades que en los debates previos no perdieron la
oportunidad de lanzarse diatribas mutuamente, con posiciones recalcitrantes y
simplemente inconciliables que denotaban un fraccionamiento del voto que
cualquier persona con dos dedos de frente entendía que al final eso derivaría
en su derrota, no por nada el viejo adagio de “divide y vencerás” ha resultado
tan contundente a lo largo de la historia. De ninguna manera defiendo el
triunfo del oficialismo, pero me parecen tan patéticos e incongruentes los
cuatro indignados que después de la “revolcada” electoral decidan hacer lo que
debieron haber hecho desde un principio: concordar una candidatura que todos
apoyaran renunciando a sus pretensiones personales que hubiera dejado ver en
ellos un verdadero amor hacia nuestro Estado y un compromiso serio y
responsable con la alternancia, y no lo que realmente vimos: ambición personal
e irrenunciable por acceder a la gubernatura confiando sus esperanzas en un
hartazgo social que ciertamente se dejó ver con los resultados tan cerrados
entre el primer y segundo lugar en contienda, pero que simplemente no supieron
canalizar de manera adecuada. La lucha sigue, según los indignados, pero de
nada sirve tapar el pozo cuando el niño ya se ha ahogado, pues el daño ya está
hecho. No, no son cuatro indignados, son cuatro incongruentes que luchan por
proyectar una imagen que no supieron reforzar en los meses previos a junio
pasado.