No se trata de una más de
nuestras tragedias; sino que se trata de una condición lamentable de la idiosincrasia
de los mexicanos: tapar el pozo luego de que se ahogó el niño; tal cual reza el
estribillo popular. De pronto aparecen socavones en carreteras y provocan
muertes, entonces se procede a buscar culpables y castigarlos e iniciar con las
reparaciones de los desperfectos para que ya no vuelvan a ocurrir tragedias. Se
escapa un peligroso criminal de prisión y se buscan también culpables y se
realizan investigaciones para determinar acciones que eviten que lo mismo
vuelva a ocurrir, y así sucede en cada ámbito de nuestra vida pública y como
condición de mexicanos, en nuestra vida personal. No sorprende la infiltración
del crimen organizado en una demarcación territorial de nuestro país, pues es
sabido por todos que las corporaciones policiacas, principalmente las
municipales, quienes por su fragilidad y vulnerabilidad estructural son
fácilmente corrompidas por la delincuencia organizada. No obstante, lo que
realmente sorprende es que el único bastión de seguridad que al parecer existía
en nuestro país, que parecía blindado ante los embates del flagelo del narco,
era la Ciudad de México. Por los motivos que fueran, que por cierto son varios,
la CDMX se ostentaba como una ciudad libre de los terribles males que aquejan a
la mayoría de los Estados en este tema. Lo sucedido en Tláhuac pone en tela de
juicio esa falsa imagen de exención de “narcoproblema” que ostentaba la Ciudad
de México. Las acciones, no obstante, en respuesta al abatimiento del líder de
la organización criminal que encabezaba “El Ojos” resultan ser las mismas que
emulan tapar el pozo luego del ahogamiento: limpieza y depuración de la policía
y la fiscalía en dicha delegación. La pregunta es imprescindible: ¿no se supone
que los criterios de controles de confianza para la contratación y permanencia
de elementos de seguridad pública se aplicaban con tal rigor que por ello la
Ciudad de México estaba fuera del mapa del narcotráfico en México? Esta
operación limpieza solo denota que la contaminación estaba desde hace mucho
tiempo sin que hubiera filtros que aseguraran la limpieza de los guardianes del
orden. Me pregunto si la simple depuración de la policía traerá como resultado
la contratación de mejores elementos que sean incólumes a la seducción del
crimen organizado. Si esta condición es suficiente, entonces habrá de ser
reproducida en todas las entidades del país con éxito, aunque me parece que, si
tapamos el pozo, pero no enseñamos a nadar al niño y tampoco lo educamos en
guardar su distancia ante un inminente riesgo, el resultado será el mismo: el
niño ahogado, pero en otro pozo. La historia nos da lecciones, el narco es como
la hidra: cortas una cabeza, y aparecen dos más. La solución va más allá, no se
trata de recuperar la imagen de una ciudad que parecía blindada, se trata de
establecer condiciones que le cierren la puerta a este mal. Se trata de
comenzar a establecer protocolos nacionales en materia de seguridad pública que
nos permitan delinear acciones tendientes a mermar el mal. La condición sine qua non de ser reactivos más que
preventivos nos ha costado mucho como sociedad y como país; y el caso Tláhuac
puede ser el inicio de un verdadero cambio, pues los poderes federales nunca
habían visto tan cerca los estragos de nuestra realidad y quizá ello los ponga
a buscar soluciones reales a problemas tan inveterados.