Como muchas acciones en política, inician con buenas
intenciones, pero el tiempo las tergiversa y de pronto se vuelven ociosas,
estériles, incongruentes y terminan sirviendo a intereses que juraron combatir.
Pienso en Don Porfirio y su perenne batalla contra la no reelección, y terminó siendo
derribado bajo el mismo lema. De la misma manera, érase una vez un país, que
poseía un régimen de partido único, en donde no había espacio para la
oposición, en donde la simple idea de la alternancia política gubernamental era
anatema. Como en cada elección, siempre ganaba el partido en el gobierno, hubo
la necesidad de que se insertara en la legislación electoral un sistema que le
permitiera a la oposición, o partidos que nunca ganaban una elección la
posibilidad de tener representación partidista en el congreso de la unión. Fue hasta
el año de 1977, en que aparecen los llamados diputados de representación
proporcional, o mejor conocidos como plurinominales. Se elegían desde entonces y
hasta ahora, 300 diputados de manera directa mediante voto ciudadano, y se
determinó que se asignaran 200 diputados más mediante la representación
proporcional, es decir, que aquellos partidos que lograran obtener una votación
igual o superior al 2%, tendrían mínimamente un diputado de su partido en la respectiva
cámara. Quizá muchos de los que hoy exigen la desaparición de los plurinominales no entiendan que la idea
simplemente fue positiva en su momento y se confeccionó con las mejores
intenciones: asegurar que las fuerzas políticas minoritarias participaran,
aunque ciertamente acotadas, en el ritual que supone ser el desarrollo de las
reglas del juego que definen el destino de esta nación, porque desde luego, el
partido en el poder no tenía “nunca la culpa” de que los mexicanos siempre lo refrendaran en
el poder mediante su constante voto. El problema que subyace dentro de la
bondad de la representación proporcional, y que es sin duda la indignación que también
comparto de muchos mexicanos, es la maquinación
de las listas regionales, en las que los primeros lugares son ocupados por
personajes que pueden ser no gratos entre la ciudadanía o simplemente por ser
demasiado influyentes siendo este su único mérito para acceder a un sitio entre
los 200 legisladores del método de RP, desvirtuándose por completo la idea
original de la representación por la asignación derivada de compromisos ya sea
con grandes empresarios, actores o actrices que simplemente nada tiene que
hacer en la cámara de diputados y que no hacen ni un solo esfuerzo proselitista
por acceder a esos cargos, ya que la ley electoral mediante una regla aritmética llamada
cociente natural y resto mayor se encarga de dividir entre los partidos
contendientes según su votación obtenida los espacios que le corresponde a cada
uno. Eliminar la representación proporcional sería mutilar una parte de la
democracia, pues los partidos que sí alcanzan el porcentaje de la votación
requerido por la legislación electoral, pero que no alcanzan a ganar la
elección se quedarían sin diputados en el congreso y regresaríamos a los
tiempos del partido único, o en el mejor de los casos, el bipartidismo. Exterminar
las minorías sería exterminar la pluralidad que es parte axial de la
Democracia. El problema no es la forma, sino el fondo. Lo que debe de suceder
es que se deben afinar los criterios para la confección de las listas
regionales y que los 200 electos mediante este sistema fueran personajes
idóneos de cada partido, que los mismos entes políticos acudieran a sus bases
de militantes para que ellos decidieran por méritos a los integrantes de dichas
listas. La solución no es compleja, lo complejo es vencer los intereses de
quienes han vuelto este noble sistema en una forma de vida plagada de los más
oscuros y perversos intereses.