jueves, 27 de julio de 2017

LOS PLURIS

Como muchas acciones en política, inician con buenas intenciones, pero el tiempo las tergiversa y de pronto se vuelven ociosas, estériles, incongruentes y terminan sirviendo a intereses que juraron combatir. Pienso en Don Porfirio y su perenne batalla contra la no reelección, y terminó siendo derribado bajo el mismo lema. De la misma manera, érase una vez un país, que poseía un régimen de partido único, en donde no había espacio para la oposición, en donde la simple idea de la alternancia política gubernamental era anatema. Como en cada elección, siempre ganaba el partido en el gobierno, hubo la necesidad de que se insertara en la legislación electoral un sistema que le permitiera a la oposición, o partidos que nunca ganaban una elección la posibilidad de tener representación partidista en el congreso de la unión. Fue hasta el año de 1977, en que aparecen los llamados diputados de representación proporcional, o mejor conocidos como plurinominales. Se elegían desde entonces y hasta ahora, 300 diputados de manera directa mediante voto ciudadano, y se determinó que se asignaran 200 diputados más mediante la representación proporcional, es decir, que aquellos partidos que lograran obtener una votación igual o superior al 2%, tendrían mínimamente un diputado de su partido en la respectiva cámara. Quizá muchos de los que hoy exigen la desaparición de  los plurinominales no entiendan que la idea simplemente fue positiva en su momento y se confeccionó con las mejores intenciones: asegurar que las fuerzas políticas minoritarias participaran, aunque ciertamente acotadas, en el ritual que supone ser el desarrollo de las reglas del juego que definen el destino de esta nación, porque desde luego, el partido en el poder no tenía “nunca la culpa” de  que los mexicanos siempre lo refrendaran en el poder mediante su constante voto. El problema que subyace dentro de la bondad de la representación proporcional, y que es sin duda la indignación que también comparto de muchos mexicanos, es la  maquinación de las listas regionales, en las que los primeros lugares son ocupados por personajes que pueden ser no gratos entre la ciudadanía o simplemente por ser demasiado influyentes siendo este su único mérito para acceder a un sitio entre los 200 legisladores del método de RP, desvirtuándose por completo la idea original de la representación por la asignación derivada de compromisos ya sea con grandes empresarios, actores o actrices que simplemente nada tiene que hacer en la cámara de diputados y que no hacen ni un solo esfuerzo proselitista por acceder a esos cargos, ya que la ley electoral  mediante una regla aritmética llamada cociente natural y resto mayor se encarga de dividir entre los partidos contendientes según su votación obtenida los espacios que le corresponde a cada uno. Eliminar la representación proporcional sería mutilar una parte de la democracia, pues los partidos que sí alcanzan el porcentaje de la votación requerido por la legislación electoral, pero que no alcanzan a ganar la elección se quedarían sin diputados en el congreso y regresaríamos a los tiempos del partido único, o en el mejor de los casos, el bipartidismo. Exterminar las minorías sería exterminar la pluralidad que es parte axial de la Democracia. El problema no es la forma, sino el fondo. Lo que debe de suceder es que se deben afinar los criterios para la confección de las listas regionales y que los 200 electos mediante este sistema fueran personajes idóneos de cada partido, que los mismos entes políticos acudieran a sus bases de militantes para que ellos decidieran por méritos a los integrantes de dichas listas. La solución no es compleja, lo complejo es vencer los intereses de quienes han vuelto este noble sistema en una forma de vida plagada de los más oscuros y perversos intereses.