Aún recuerdo el estruendoso ruido de esa vieja
motocicleta ISLO 250 con aquella calcomanía que decía “10 años campeona
indiscutible”. Era en ese entonces un hombre delgado, cabello tan oscuro como
el carbón, trabajador incansable de las faenas del campo. Lo veía ir y venir en
esa inmensa motocicleta dos veces por día, sólo asistía a comer y retornaba a
sus labores. En sus ratos en casa me enseñaba libros sobre marxismo, mientras
me platicaba sus andanzas por el mundo cuando era joven. De pronto lo veía
redactar artículos para el modesto diario local de San Pedro de las Colonias.
De él aprendí el amor por el ajedrez, la pasión por la redacción y el desprecio
contra las injusticias. Hombre sabio, inteligente, siempre tranquilo, con una
frugalidad y templanza que hasta la fecha no puedo más que admirar, siempre
respetuoso de mi madre a la cual jamás la agredió ni física ni verbalmente.
Inventor que pasaba también tiempo en esa vieja cochera que llamábamos “El
Laboratorio”, pues en ese lugar de pronto creaba extraños artefactos que le
facilitaban su trabajo diario y que nos dejaban ver la pasión con la que hacía
las cosas. Hombre versátil que siempre se adaptaba a los cambios y que tenía
una solución para todos los problemas sin importar su complejidad. Toda
persona, sin duda, requiere una hoja de ruta que encamine su vida, un faro que
en el horizonte permita saber si el camino es el acertado o debe ser
reconfigurado. Desde luego que muchos tenemos personajes históricos que
admiramos, que nos impulsan a efectuar cada acción con determinación y firmeza;
vacía es aquella persona que no tiene ejemplos a seguir. Muchas veces esos
ejemplos resultan existir solo en el horizonte histórico y vienen a nuestros
actos a través de un esfuerzo de reminiscencia personal, pero también están
nuestros ejemplos en carne y hueso, aquellos que no requieren un esfuerzo extra
al de solo voltear a un lado y encontrarlos ahí. No dejo de pensar en cada
cátedra de vida que me tocó vivir a su lado, desde mis primeros años en que me
enseñó a trabajar en el viñedo cortando “trompillo” y con ello aprender a
enfrentar responsabilidades, hasta la disciplina y la recompensa que se
obtienen cuando se aprende a trabajar. Un tiempo lo tuvo todo, de pronto lo
abandonó todo como si nada, dejándonos la enseñanza de que a veces hay que
hacer sacrificios y que lo material en la vida no es lo más importante. Su
entrega total a su actividad final fue tal que cosechó reconocimientos de
organismos gubernamentales y hasta de universidades como Chapingo. La clave de
sus logros: disciplina y esfuerzo. La mejor enseñanza sin duda alguna. El 27 de
este mes, cumple sus 71 años, ya no tiene la misma fuerza, sus ojos denotan el
ocaso de una vida llena de satisfacciones y tristezas, su energía mengua cada
día, pero su actitud frente a los retos y obligaciones lo mantienen en pie,
incólume de alma y con una actitud más obstinada, tal vez producto de su edad. Ese
hombre es mi padre, Don Ruperto, uno de los pilares de mi vida, la persona que
más admiro y a la cual le dedico esta columna, porque como me dijo un amigo y
compañero de trabajo al cual también admiro: “los reconocimientos son en vida.”
Gracias por las enseñanzas, gracias por la vida y que estos años venideros sean
de satisfacciones producto de una buena siembra a lo largo de su existencia.