No, no se trata de la promesa de un six de cerveza, se
trata de otro seis todavía más anhelado, más idóneo y sobre todo más necesario
para el desarrollo de éste país. En su momento, Vicente Fox, cometió tremenda
pifia al prometer un crecimiento del 7%. Jamás pudo concretar esa promesa que
quizá jamás llegó a entender en qué consistía. Después llegó en 2012 la
alternancia con el retorno de aquellos que aseguraban ¨sí sabían gobernar”, y
quizá, para no verse tan temerarios o quizá tan estultos, le bajaron un punto
porcentual a su promesa de crecimiento prometiendo un seis por ciento. Han
pasado ya casi cinco años y el seis tan prometido jamás llegó. En 2015 nuestra
economía creció 2.6%, para caer al 2.3% en 2016, y ahora, según estimaciones
del Banco de México, que en lo que va del año ha modificado ya varias veces sus
estimaciones, todas en decremento, nuestro crecimiento en 2017 oscilará entre
el 1.3 y el 2.3%. Imposible culpar a un partido político de tan mediocre
desempeño, pues los dos que han tenido la oportunidad de gobernar el país
simplemente fueron rebasados por sus atractivas promesas que se quedaron en el
camino de las buenas intenciones. La pregunta casi obligada, entonces, es ¿cómo
hacemos para crecer hasta lograr las tasas que nos han prometido? Parece una
misión imposible, pero no lo es. Son algunos aspectos los que de pronto parecen
ser olvidados por los grandes estrategas de la política económica de esta
nación. Empecemos por lo sencillo: la inversión productiva. Toda nación es
propensa a dos tipos de inversiones, la pública y la privada, la segunda es
siempre más importante, pues es la que genera mayores incentivos al empleo en
México. Y en el empleo está la clave para el crecimiento. El problema, es que lamentablemente
la inversión productiva requiere de condiciones tanto fiscales como de
seguridad que garanticen su óptimo desarrollo y estas condiciones dependen
directamente del gobierno. Si seguimos manteniendo cifras de inseguridad altas
y un clima de violencia generalizada, las inversiones simplemente no llegan,
pues a ningún empresario le gusta pagar “derecho de piso” o cuotas por el
traslado de sus productos. Aquí vemos entonces un primer óbice al desarrollo:
la falta de un sólido Estado de Derecho. Enseguida, debemos reducir los
impuestos corporativos que rondan el 30%, sumándole a esto el 10% de utilidades.
Si lográramos reducir la tasa del 30 al 10%, esto traería como resultado la
atracción de más capitales que sin duda incrementarían el empleo formal. Y
aquí, precisamente, se encuentra otro dique al desarrollo: la informalidad, y
es que se calcula que 60% de los mexicanos trabajan en la informalidad y que un
25% del PIB proviene de dicho esquema ilegal. Esta falta de certeza también
trae como resultado que nuestro país simplemente no pueda crecer. Otro de los
males es el de la corrupción, pues la inversión pública debiera ser un
detonante de la privada si no hubiera tanto desfalco y malas prácticas como los
resultados presentados recientemente por la Auditoría Superior de la
Federación, con más de 165 mil millones de pesos señalados con irregularidades
en los tres órdenes de gobierno. Un mal precede a otro, si la inversión pública
es deficiente, la privada jamás detonará como debe ser. La receta es sencilla: Un
Estado de derecho en donde se respeten las leyes; eliminación de monopolios
privados y públicos; impuestos corporativos y personales bajos, generales y
estables; bajas tasas de inflación aumentando las tasas de interés.
El seis por ciento está al alcance, sólo nos falta un
poco de determinación.