Aún recuerdo el título de aquella escandalosa nota de Marzo de 2015: “Indignan excesos de los Peña en su vista a
Reino Unido”. La nota hacía referencia a la gira diplomática que Peña Nieto
efectuara el año pasado al Reino Unido en la cual se criticaba los excesos en
los gastos derivados de esa gira protocolaria: 200 personas acompañaron al presidente en su comitiva, pero lo degradante,
sin duda, fueron los vestidos que portaron tanto su esposa como su hija, que sumaron más de 15 mil dólares, todo con
cargo, obviamente, al erario. Desde luego que la indignación no se hizo
esperar, en un país donde el salario mínimo de $70.1 pesos y 60 millones de
pobres coexisten calamitosamente, dicho gasto en vestuario resultó ser a todas
luces un insulto a los mexicanos. En aquella ocasión, los gastos totales de
dicha escandalosa visita ascendieron a la cantidad de: 7.1 Millones de pesos. Menos
de un año después, nos tocó recibir la visita de otro jefe de Estado, pero a la
vez portador de una investidura muy particular: la del máximo jerarca de la
iglesia católica, El Papa Francisco. El detalle, es que esta visita, además de
que somos anfitriones a diferencia del caso del Reino Unido, la misma nos ha
costado aproximadamente 171 millones de pesos, es decir, esta cantidad hace
parecer una bicoca lo gastado en Marzo de 2015 en aquella ya no tan escandalosa
encomienda diplomática comparada con la reciente visita del papa.
Existen gastos que el gobierno sin duda debe realizar, hay otros no tan
justificables, en lo personal defiendo la reciente adquisición del avión del
gobierno federal, sin embargo, lo dilapidado en la reciente visita del papa no
tiene razón de ser. Es verdad que el pontífice es una persona sumamente
carismática, que ha resultado ser un liberal moderado en una institución ultra
conservadora, es verdad que según datos oficiales, aproximadamente el 80% de
los mexicanos son católicos, sin embargo ello no justifica el gasto de tan
aberrante cantidad de dinero que bien puede utilizarse en becas para alumnos en
condiciones paupérrimas, en equipamiento de hospitales, en construcción de
escuelas o habilitación de espacios deportivos.
Ciertamente el pontífice es un jefe de Estado y como tal, debe ser atendido
con probidad y esmero, pero ello no debe
trastocar en ningún momento la laicidad del Estado Mexicano derivado en
mensajes presidenciales inclinados hacia el encumbramiento de una religión en
particular, ni mucho menos hacer uso de recursos públicos en eventos que
simplemente son injustificables. Para ello, es la Iglesia quien debe correr con
todos los gastos propios de su líder espiritual. El dinero no es ni debe ser un
problema para dicha institución.
En términos más sencillos, la comitiva del jefe del Estado del Vaticano
debió ser recibida por Peña Nieto, hacer acto de presencia en el Senado,
ofrecerle un banquete y hasta ese preciso momento cortar los gastos por cuenta
del gobierno federal y de ahí en adelante que la misma iglesia corriera con
todos los demás gastos.
No se trata de atavismos anticlericales, se trata de entender la regla máxima
de la administración pública: “se trabaja con recursos escasos”, y en ese
sentido, los mismos se deben optimizar y no dilapidar. Mucho menos en un
contexto de pobreza generalizada, corrupción y derroche gubernamental.