Recién publicado el informe del Índice de Percepción de la Corrupción en su
análisis 2015 y cuyos resultados fueron presentados apenas el día de ayer,
Transparencia Internacional vuelve a evidenciar a los países que siguen
adoleciendo de este terrible mal que parece no terminar. El listado sin duda
alguna nos plantea el refrendo de viejas conclusiones: para empezar, siguen
siendo los mismos países de anteriores ediciones, quienes encabezan la lista de
los menos corruptos: Dinamarca, Finlandia, Suecia, Nueva Zelanda, Holanda,
Noruega, Suiza, Singapur, Canadá y Alemania son los diez países que presentan
niveles ínfimos de corrupción, o en otras palabras, son los países más
transparentes y que ciertamente llevan a cabo acciones tendientes a combatir
este mal. Por otra parte, son los países árabes, africanos y latinoamericanos
(incluido México) quienes ocupan los lugares intermedios y más bajos en este
listado, es decir, los más corruptos. Y aunque ciertamente en el actual informe
México sube ocho lugares en dicho índice, resulta poco alentador echar las
campanas al vuelo cuando a pesar del avance, del lugar 103 al 95, nuestro país
se ubicó con la misma puntuación: 35 puntos de 100. En donde 100 son los niveles mínimos de
corrupción, es decir, aún estamos demasiado lejos de celebrar avances que
fueron coyunturales y fueron provocados por el aumento de la corrupción en
países como Brasil que hasta hace no mucho era un país ejemplar cuando Lula de
Silva era su presidente.
Este retroceso en dicho país ayudo indirectamente a que México subiera
algunos peldaños, sin embargo, la calificación fue la misma. Y es que nuestro
país sigue presentando índices terribles de corrupción en todos sus niveles de
gobierno y en toda institución pública, llámese escuela, ayuntamiento,
organismo autónomo o lo que sea que opere con recursos públicos. Niveles altos
de opacidad, nula transparencia y rendición de cuentas, manejo discrecional de
recursos, falta de supervisión de organismos jerárquicamente superiores en
autoridad, y lo peor de todo: falta de interés de los ciudadanos por exigir
rendición de cuentas por parte de quienes operan recursos y toman decisiones públicas,
son gran parte de la causa de que sigamos estancados en la misma posición y
asfixiados por tan pernicioso mal. Ciertamente, el gobierno federal anunció
hace no mucho tiempo la creación de un sistema nacional anti corrupción, el
cual, contempla la coordinación de varias dependencias de gobierno que
ciertamente no han definido acciones precisas sobre cómo combatir este flagelo.
Ideas y proyectos vendrán y se irán, sin embargo, mientras no se involucre
desde la educación a los jóvenes en la formación del combate a la corrupción, ningún
sistema nacional o política publica anticorrupción prosperará. En ello radica
precisamente el éxito de los países antes mencionados, aquellos que encabezan
la lista de los mejores evaluados: en la formación de ciudadanos con valores
que asimilen y luchen contra los males sociales que nos aquejan. Sin embargo,
aún existen muchas resistencias de personas acostumbradas a apropiarse de
espacios públicos, a privatizar lo que no es de ellos y que la formación cívica
de jóvenes supone un serio atentado contra su modus vivendi; contra esa extraña
manía de obtener ganancias donde solo debe existir el compromiso de generar el
bien común y la eficiencia en la aplicación de recursos. Los resultados son
inexpugnables, seguiremos donde estamos hasta que no comencemos a fortalecer a
nuestros jóvenes en la importante labor de la educación cívica.