miércoles, 27 de enero de 2016

IPC: MEDICIÓN 2015

Recién publicado el informe del Índice de Percepción de la Corrupción en su análisis 2015 y cuyos resultados fueron presentados apenas el día de ayer, Transparencia Internacional vuelve a evidenciar a los países que siguen adoleciendo de este terrible mal que parece no terminar. El listado sin duda alguna nos plantea el refrendo de viejas conclusiones: para empezar, siguen siendo los mismos países de anteriores ediciones, quienes encabezan la lista de los menos corruptos: Dinamarca, Finlandia, Suecia, Nueva Zelanda, Holanda, Noruega, Suiza, Singapur, Canadá y Alemania son los diez países que presentan niveles ínfimos de corrupción, o en otras palabras, son los países más transparentes y que ciertamente llevan a cabo acciones tendientes a combatir este mal. Por otra parte, son los países árabes, africanos y latinoamericanos (incluido México) quienes ocupan los lugares intermedios y más bajos en este listado, es decir, los más corruptos. Y aunque ciertamente en el actual informe México sube ocho lugares en dicho índice, resulta poco alentador echar las campanas al vuelo cuando a pesar del avance, del lugar 103 al 95, nuestro país se ubicó con la misma puntuación: 35 puntos de 100.  En donde 100 son los niveles mínimos de corrupción, es decir, aún estamos demasiado lejos de celebrar avances que fueron coyunturales y fueron provocados por el aumento de la corrupción en países como Brasil que hasta hace no mucho era un país ejemplar cuando Lula de Silva era su presidente.
Este retroceso en dicho país ayudo indirectamente a que México subiera algunos peldaños, sin embargo, la calificación fue la misma. Y es que nuestro país sigue presentando índices terribles de corrupción en todos sus niveles de gobierno y en toda institución pública, llámese escuela, ayuntamiento, organismo autónomo o lo que sea que opere con recursos públicos. Niveles altos de opacidad, nula transparencia y rendición de cuentas, manejo discrecional de recursos, falta de supervisión de organismos jerárquicamente superiores en autoridad, y lo peor de todo: falta de interés de los ciudadanos por exigir rendición de cuentas por parte de quienes operan recursos y toman decisiones públicas, son gran parte de la causa de que sigamos estancados en la misma posición y asfixiados por tan pernicioso mal. Ciertamente, el gobierno federal anunció hace no mucho tiempo la creación de un sistema nacional anti corrupción, el cual, contempla la coordinación de varias dependencias de gobierno que ciertamente no han definido acciones precisas sobre cómo combatir este flagelo.

Ideas y proyectos vendrán y se irán, sin embargo, mientras no se involucre desde la educación a los jóvenes en la formación del combate a la corrupción, ningún sistema nacional o política publica anticorrupción prosperará. En ello radica precisamente el éxito de los países antes mencionados, aquellos que encabezan la lista de los mejores evaluados: en la formación de ciudadanos con valores que asimilen y luchen contra los males sociales que nos aquejan. Sin embargo, aún existen muchas resistencias de personas acostumbradas a apropiarse de espacios públicos, a privatizar lo que no es de ellos y que la formación cívica de jóvenes supone un serio atentado contra su modus vivendi; contra esa extraña manía de obtener ganancias donde solo debe existir el compromiso de generar el bien común y la eficiencia en la aplicación de recursos. Los resultados son inexpugnables, seguiremos donde estamos hasta que no comencemos a fortalecer a nuestros jóvenes en la importante labor de la educación cívica.