jueves, 10 de diciembre de 2015

FINO ATUENDO

Los uniformes son característicos tanto de profesiones como de oficios, ello nos permite identificar a las personas con relación a su función, desde un mandil que identifica a un trabajador de una tienda de conveniencia, hasta un policía que aunque representa al estado y en el reside autoridad, debe portar un uniforme que lo caracterice y distinga del resto de los ciudadanos. De igual manera, los altos funcionarios también portan atuendos que los diferencian y les otorgan estatus, aunque éste último debe radicar sin duda en la investidura institucional que representan, no así en el costo monetario del uniforme que usen. A menos que se trata del atuendo oficial de un ministro de la Suprema Corte de la Nación.  Y es que según información de la Secretaría General de la Presidencia de la SCJN, cada ministro porta dos tipos de togas, una para sus sesiones en el pleno del tribunal, y otra para cuando sesionan en la sede alterna del tribunal constitucional, ubicada al sur de la Ciudad de México. Pues bien, el detalle se encuentra en el costo de dichos atuendos que nos cuestan a los mexicanos y que pagamos con nuestros impuestos.
Y es que las togas de los once ministros, tiene un costo al erario de aproximadamente 17 mil pesos cada una de ellas. Los ministros tienen acceso a tres togas que ya multiplicadas por los once, tienen un costo de más de 500 mil pesos. Y teniendo en cuenta el periodo que comprende de  2010 a la fecha, se ha ejercido un total de 21 millones 355 mil 706 pesos en la compra de atuendo de seda fina para el trabajo de los once ministros de la SCJN.
El trabajo de los ministros de la SCJN es demasiado importante, pues son los guardianes  de nuestro máximo orden legal: la constitución política de los Estados Unidos Mexicanos. Y en ese sentido, su quehacer es fundamental y axial para el funcionamiento de nuestro sistema republicano basado en la división de poderes y en la teoría de los pesos y contrapesos. Sin embargo, su trascendencia institucional no justifica ni los inmensos sueldos de los ministros, ni mucho menos los finos y carísimos atuendos que los visten para cada una de las sesiones que llevan a cabo. Mucho menos en un país con más de la mitad de sus ciudadanos hundidos en la pobreza y todavía menos cuando se supone trabajamos ahora con presupuestos base cero, es decir, en los cuales podemos eliminar partidas que carecen de sentido y que resultan ofensivas para el grueso de los mexicanos, tal cual sucede con las suntuosas togas que usan los ministros para sus labores.  

Que lejos estamos del pensamiento de quien un día fuera el titular de la “escandalosa” SCJN: Benito Juárez, quien afirmaba: “[…] los funcionarios públicos, no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad. No pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes. No pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir, en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala”.