Triste y patética se vuelve a ver la Iglesia Católica con
su más reciente intención de santificar a la Madre Teresa de Calcuta, y es que
desde hace tiempo que dicha institución religiosa ha echado andar la eficiente
maquinaria de fabricación de santos ante una evidente fuga de adeptos que
tienen a las autoridades religiosas preocupadas. Ciertamente, la Madre Teresa fue una
religiosa que se distinguió precisamente por su lucha contra la pobreza y en
favor de los más desprotegidos, una labor mucho más social que religiosa, algo
muy similar a un Miguel Hidalgo luchando por causas sociales y no tanto
religiosas. Sin embargo, la popularidad de dicho personaje resulta atractiva a
los ojos de la Iglesia. Poco importa que haya que adjudicarle dos milagros para
que el proceso de santificación sea todo un éxito, pues para eso la Iglesia se
pinta sola.
Y es que la iglesia se encuentra desde hace tiempo en un
dilema que la ha desprestigiado terriblemente, basta con tan solo citar los
4000 casos de denuncia registrados con los que cuenta la institución en casos
de pederastia en tan solo diez años, o en cifras todavía más ignominiosas,
según lo mencionado por el representante de la Santa Sede ante la ONU, Silvano
Tomasi, en su declaración en 2010 ante el Consejo de Derechos Humanos de dicho
organismo internacional, entre el 1,5 y el 5% del clero católico estaba
involucrado en casos de abusos sexuales a menores, o en otras palabras, entre
6.000 y 20.000 curas habrían cometido delitos de pederastia.
Desde luego que su abierta oposición al aborto, la
eutanasia y los matrimonios y adopción gay les ha restado apoyo de estos grupos
que también exigen derechos y que no comulgan con los designios anacrónicos de
la Iglesia. Por ello la fábrica de
santos ha desplegado todo su poder: en su momento, Juan Pablo II nombró a más
de 480 santos, es decir, más de cuatro veces de los canonizados por todos los
papas juntos en el siglo XX. Por su parte, Benedicto en su papado canonizó a 44
santos y el actual, Francisco, lleva más de 10 canonizaciones efectuadas.
Además, los datos de la desbandada son irrefutables, pues
según datos de Paramearía, en la encuesta realizada en América Latina en 2014: En
1995, el 80 % de los entrevistados dijeron que su religión era la católica, el
año pasado el porcentaje que así se definió llegó a 67 %. Es decir, en 18 años,
el porcentaje de las personas que se identificaban como católicos disminuyó 13
puntos. Para el caso de México, de manera particular, el número de no católicos
ha aumentado de 12 a más de 20% en menos de una década. Caso contrario, en lo
que respecta a los evangélicos, de 2000 a 2010, último censo del INEGI, se
sumaron a sus filas más de 3 millones de personas.
Por ello no sorprende que la iglesia se encuentre
actualizando su staff de santos de manera constante, evidenciando su
desesperación por contener la diáspora que sufre de feligreses. Lo que si causa
lástima, es que recurra a tratar de santificar a personas que más que
religiosas, fueron luchadoras sociales y que generaron simpatías en vida que ya
en su muerte parecen ser redituables para una institución patética que prefiere
lucrar y usar imágenes creadas que castigar a pederastas y volverse más
tolerante con aquellos que no necesariamente dejan de creer por no comulgar con
viejos y anacrónicos preceptos medievales.