En lo personal no me parece un insulto cuando alguien se atreve a decirnos
las verdades tal y como son, ya sea de manera directa o indirecta. En todo
caso, cualquier alusión a características negativas suele molestar, sin embargo,
se necesita ser muy maduro y sobre todo profesional para callar cuando nada al
respecto se puede decir y mucho menos si no existen argumentos para contrariar
verdades proferidas por terceros.
Si el Papa Francisco se atrevió a mencionar que su natal Argentina se
encuentra en vías de “mexicanizarse” producto del aumento de la violencia
criminal y que amenaza con emular a nuestra pobre nación vapuleada sin piedad
desde hace años por el crimen organizado, nada mas de razón puede existir en
esa categórica afirmación.
El verdadero escándalo surge, verdaderamente, cuando nuestras autoridades se
sienten ofendidas por una verdad que no peca, y mucho menos a sabiendas de
quien viene, pero que sin duda ofende terriblemente. El escándalo y sus
consecuencias brotan inexorablemente dando paso a la indignación generalizada
ante una verdad de Perogrullo que nadie podemos negar, pero que defendemos a
capa y espada la exposición mediática que denota que somos un Estado fallido. Y
es, precisamente, nuestro gobierno, nuestros representantes quienes inician el
escándalo a través de una diplomática para manifestar inconformidad.
Sin embargo, ¿de qué podemos indignarnos?, ¿qué parte de los comentarios
del Papa Francisco no fueron atinados? Me parece que la respuesta del gobierno
fue de “bote pronto” y un poco visceral, y obedeció a la molestia de que
alguien oprimiera la llaga de la delincuencia organizada que sigue latente e
igual de fuerte en nuestro país. Un gobierno maduro y responsable quizá hubiera
enviado un mensaje a la nación señalando que somos un país de instituciones y
que reconocemos el daño que el crimen organizado le ha hecho a nuestro país y
que seguimos trabajando en erradicarlo y convertir a esta nación, en una nación
de instituciones y pleno Estado de Derecho.
Es decir, reconocer nuestro problema, pues actuamos como aquél alcohólico que
molesto niega la existencia de su problema aunque el mismo sea tan ostensible
que la misma palabra mexicanización sea ya una definición irrebatible de violencia,
corrupción, colusión entre criminales y autoridades, indefensión ciudadana, o
en términos más propios: Estado Fallido.
Nuestro gobierno no solo denotó inmadurez, sino también actitudes pueriles,
cercanas a la dictadura, en donde no se permite que nadie diga nada que altere
el desempeño del gobierno, por más ciertas que sean las acusaciones. Una vez,
no hace mucho tiempo, usamos el término colombianización para describir el
escenario al que nos estábamos pareciendo y no queríamos llegar, sin embargo,
el día de hoy, hemos superado ese mote y acuñado el nuestro propio: La
Mexicanización. Y lo más grave del suceso en cuestión, no es haber acuñado un
neologismo por antonomasia, sino reaccionar denotando angustia e impotencia
ante una realidad que duele y que dista mucho de tener un punto final.