Son
sin duda dos casos que han conmocionado a la nación entera, dos sucesos que
quedarán para siempre en la ignominia y, sin duda, dos afrentas directas el
Estado mexicano, particularmente el gobierno del presidente Peña Nieto.
La
matanza de civiles en Tlatlaya, Estado de México, y la desaparición de
normalistas en Ayotzinapa, Jalisco, plantean serios retos al gobierno actual, pues
no se trata de los llamados “ajustes de cuentas” entre grupos delictivos, sino
de atentados directos en contra de ciudadanos indefensos, y aunque hay serias y
marcadas diferencias entre uno y otro caso, pues en el primero se trata de
militares que al parecer asesinaron a
civiles desarmados (22 muertos), y en el caso de Ayotzinapa se trata de
grupos delictivos que atentaron contra estudiantes normalistas, ambas felonías, una perpetrada por elementos
de seguridad pública y la otra efectuada por sicarios quienes también fueron
apoyados por policías municipales, son casos que laceran terriblemente nuestro
tejido social.
El
reto va dirigido en dos direcciones, la primera hacia el gobierno quien venía
presumiendo desde hace tiempo una reducción sistemática de la violencia e
inseguridad presentando estrategias innovadoras acompañadas de nuevos grupos de
élite como la Gendarmería Nacional, pero que sin duda han quedado en entre
dicho y seriamente cuestionadas por los actuales sucesos. Por tanto, no se
trata solo de encontrar a los culpables de tales masacres y procesarlos en
nombre de la no impunidad, sino se crear las condiciones institucionales que
inhiban posteriormente este tipo de casos y no esperar a que Human Rights Watch
nos hagan los señalamientos que suelen desnudar nuestra realidad.
Por
otra parte, el reto también va dirigido a nosotros como sociedad, pues
ciertamente nuestra apatía, falta de solidaridad y empatía nos han hecho
funcionar como sociedad atomista, es decir, formada por átomos aislados que
sufren sus propios problemas y que permiten que tanto autoridades como
delincuentes atenten contra nosotros sin que la unidad se vuelva una solución
ante tantas y tantas vejaciones. No se trata de tomar las armas y salir a
relanzar una revolución, tampoco se trata solo de criticar sin proponer, se
trata de exigir a nuestra autoridades no solo la resolución de estos
lamentables casos y el castigo a quienes perpetraron los crímenes, sino de
exigir el establecimiento del Estado de derecho en donde las garantías
individuales sean una realidad y su respeto la obligación numero uno de
autoridades y sociedad. Porque impunidad
no es que los asesinos queden incólumes y exentos de castigo, impunidad es que
en un afán meramente ornamental, se procese a delincuentes, pero que las
condiciones sigan igual y que los mismos sucesos se vuelvan a repetir tarde o
temprano.
Como
lo mencioné, se trata de dos afrentas con dos actores que debe asumir y
enfrentar los retos, pues se trata de trabajar en comparsa para evitar que estos
lamentables y lúgubres sucesos se vuelvan a repetir.