viernes, 7 de febrero de 2014

ABUSO ENDÉMICO

Conforme pasa el tiempo salen a la luz publica las atrocidades cometidas por sacerdotes de la iglesia católica en detrimento de decenas de miles de infantes en todo el mundo lo cual, me parece, es sumamente positivo, y todavía más positivo resulta ser que por vez primera un organismo supranacional se encargue de llevar la batuta contra los cientos o miles de pederastas con doble moral que han cometido dicha felonía. Y es que las recientes acusaciones de la ONU contra el vaticano referentes a que la santa sede adoptó políticas para permitir la violación sistemática y el acoso sexual de miles de niños no resultan ser cualquier trivialidad. Mucho menos resulta serlo la exigencia de la ONU hacia el vaticano de que expulse inmediatamente a todos aquellos miembros del clero reconocidos o sospechosos de pederastia. Y es que los casos son más que evidentes y traen consigo una tendencia a la alza que venía gestándose desde los primeros escándalos hace algunos años, y para muestra varios ejemplos: en Estados Unidos, los sacerdotes de Boston, Paul Shaneley y John Geoghan fueron acusados de decenas de abusos, en Irlanda, durante todo el siglo XX el abuso sexual fue endémico en escuelas y orfanatos católicos, en Alemania el sacerdote Andreas L admitió su responsabilidad en 280 casos de abuso sexual contra niños, mientras que en México, el caso del otrora líder de los legionarios de Cristo con terribles casos documentados sobre abuso infantil son tan solo varios ejemplos del grado de descomposición al que la iglesia ha llegado.
Lo que sin duda debe suceder ante lo esgrimido, es que la iglesia debe abrir inmediatamente sus archivos y exponer ante la sociedad las decenas de miles de abusos que deben tener registrados y ante lo cual no hicieron absolutamente nada, así mismo, informar sobre la práctica de movilidad de sacerdotes involucrados en pedofilia, es decir, aquellos que simplemente eran rotados o cambiados de parroquia cuando sus abusos eran expuestos de manera aislada sin que el crimen trascendiera, de esa manera podemos saber de los sacerdotes con este tipo de antecedentes que siguen en contacto peligroso con niños en diversas parroquias del mundo y, finalmente, entregar a las autoridades civiles a aquellos culpables de atrocidades contra menores para que paguen por sus delitos y purguen sentencias como cualquier criminal. No obstante, y es quizá lo más preocupante, es que hasta la fecha, y ante la ostensibilidad de las evidencias, la iglesia no ha querido aceptar la magnitud y extensión de los crímenes cometidos y ante la falta de poder vinculatorio de las acusaciones, recomendaciones y exigencias de la ONU, los crímenes seguirán, inexorablemente, en la impunidad y también en la opacidad miles de casos que la iglesia sigue solapando en un esfuerzo inútil por minimizar la tragedia.
Esto ya no se trata de fe ni de creencias, se trata de crímenes contra personas indefensas que merecen castigo y exposición publica, pues de lo contrario, los abusos seguirán siendo endémicos ante la permisiva y pasible mirada de las autoridades eclesiásticas y la incapacidad del Estado de juzgar a dichos criminales.