Ni aún con toda su historia signada por una eclosión farsante y coyuntural
aprovechada por Plutarco Elías Calles aquel 4 de Marzo de 1929, resulta
asequible al entendimiento conocer en cuál escenario resulta más perniciosa la
supuesta democracia interna que pregona el Partido Revolucionario Institucional
(PRI) en vísperas de cada proceso electoral, sobre todo en el proceso actual
que se vive en nuestra entidad con miras a la renovación de ayuntamientos en
julio de este 2013.
Y es que el PRI siempre que intenta jugar a la democracia sale raspado y
herido intestinalmente, pues ni toda su longevidad le ha dado la experiencia
necesaria para ser un verdadero Partido Político alejado de las llamadas facciones.
Pues resulta que en dicho juego alternan dos escenarios: el primero mediante la
elección de candidatos a través de delegados, y por otro lado, la supuesta
unidad que deriva en la postulación de un candidato único. No obstante, a pesar
de ser dos elementos en apariencia diferentes, el común denominador de ambos supuestos
es el poder del dinero.
La elección de delegados aparenta un proceso democrático puro, al ser los
vecinos de sección quienes eligen a sus delegados quienes a su vez elegirán al
candidato que abanderará su partido en el proceso electoral. Esta democracia
indirecta tiene el inconveniente de permitir que los precandidatos priístas
reduzcan la lista de los sujetos que habrán de sobornar mediante la compra de
votos al tener únicamente que pagar a determinado número de delegados y no al
grueso de la población. Por ello el que invierte más, se lleva la candidatura.
Por su parte, el proceso llamado de unidad plantea la existencia, al menos en
teoría, de un solo candidato al que todos apoyan, no obstante, este tipo de
candidaturas suponen en la práctica la imposición de una persona por sobre
todas las otras candidaturas sin importar que la militancia no esté de acuerdo.
Aquí también influye, definitivamente, el poder del dinero y es precisamente
esta última opción la que le ha costado al PRI la presidencia de la república
en el año 2000 y la pérdida del poder en municipios como el de Allende,
Coahuila, en donde, por cierto, el PRI no aprendió la lección de hace cuatro
años y su eterna perseverancia en la llamada “unidad” le costará sin duda
alguna nuevamente la alcaldía de dicho municipio.
Qué lejos están los tiempos en que Carlos Madrazo con su aguda visión
propuso democratizar realmente al PRI, por supuesto que la respuesta de Díaz
Ordaz fue su clásica disolución social. Pero lo que más pena genera es que ni
con toda su experiencia el PRI ha logrado ser un partido de fracciones y no de
facciones como hasta le fecha insiste en ser; disfrazando su proceder en
aparentes ejercicios democráticos que lejos de fortalecerlos, muestran su
verdadera cara y oficio en cada proceso electoral.