Clásica frase que denota la reminiscencia perenne de un suceso que enlutó a
nuestro país, a nuestra sociedad y a nuestra historia: Dos de Octubre no se olvida. Pero, lamentablemente, los jóvenes de
nuestra actualidad lo han olvidado por completo.
En mi clase de historia aborde el tema, lamentablemente, ninguno de mis
alumnos conocía las implicaciones de esta inolvidable fecha. Y es que el 68 fue
un año de conciencia mundial, pues los movimientos y expresiones de la juventud
no fueron exclusivos de México, pues iniciaron verdaderamente en mayo del 68 en
Francia para culminar en Octubre de ese año con la masacre de Tlatelolco.
Si bien es cierto que las teorías abundan sobre el tema, lo cierto es que
uno de los principales motivos de la reunión en esa fatídica fecha fue
manifestar repudio ante la indiferencia gubernamental del hecho de que los
Tarahumaras morían de hambre mientras que se gastaban enormes sumas de dinero
en la organización de los Juegos Olímpicos de los cuales México era anfitrión en
ese año.
El gobierno tendió la emboscada perfecta y organizó un fuego cruzado entre
el ejército y miembros de élite del Estado Mayor llamados Batallón Olimpia. El
saldo sería inevitablemente sangre de estudiantes. De ahí en adelante, los
vuelos de la muerte y la represión constante serían pan de cada día hasta
culminar nuevamente con el Halconazo del 71.
Más de 40 años después, hoy cuando la represión gubernamental se ha
reducido considerablemente, hoy que la libertad de manifestarse es casi impune,
y hoy que los mismos Tarahumaras están muriendo de hambre, los jóvenes de la
actualidad no se inmutan ante semejante escenario. Ni siquiera se toman la
molestia de investigar aunque sea ligeramente los sucesos de aquel ignominioso
día. Ni siquiera honran por un instante en su memoria a sus compañeros
estudiantes que les dieron las libertades que actualmente gozan.
La responsabilidad de la sensibilización juvenil sobre estos temas no recae
exclusivamente en los docentes de historia, sino que es responsabilidad
compartida de maestros, padres de familia y sociedad en general,
lastimosamente, todos parecen haberlo olvidado. Y ante tan magro panorama sólo
nos queda recordar una frase reveladora, pero también peligrosa: “Todo pueblo que olvida su pasado, está condenado,
irremediablemente, a repetirlo”
Un homenaje desde esta columna a aquellos jóvenes que dieron sus vidas y
mantuvieron sus ideales en medio de un México autoritario, represor y
convulsivo que esperemos nunca regrese.