miércoles, 23 de mayo de 2012


COLUDIDOS

No sé si realmente exista alguien sorprendido o al menos extrañado por el reciente caso de destape de colusión entre militares y crimen organizado representado por el que hasta hace no mucho fue el segundo al mando de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) y a juzgar por un reciente mitin político-electoral, pudo incluso haber llegado a la titularidad de la SEDENA. Me refiero al general de división retirado Tomás Ángeles Dauahare.
Al parecer, dicho ex general y otros militares retirados y en activo han sido señalados como colaboradores del cartel de los Beltrán Leyva. No me parece, sin embargo, algo que tome desprevenido al gobierno federal y a toda su campaña librada contra el crimen organizado y respaldada en la efectividad de las fuerzas armadas. Quizá es en ese aspecto, el de la legitimidad y la solvencia moral, en donde le duele en estos momentos al presidente Felipe Calderón. No tanto así en lo respectivo a la pulcritud del ejército.
Ya había varias pistas que dejaban sospechar de las malas prácticas de las fuerzas armadas. La que me parece más contundente fue la necesidad de permitir el ingreso de la SEMAR a través de la infantería de marina para dar golpes contundentes a los cárteles de la droga mientras que sospechosamente la SEDENA no ofrecía resultados contundentes como los que en principio presentó la Marina. Es preciso recordar que fueron ciertamente los marinos quienes dieron muerte al “Barbas” Beltrán Leyva, supuesto socio de altos mandos de la SEDENA.
Y tratándose de este tipo de denuncias también es propio señalar que igualmente el titular de la Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSP), Genaro García Luna, ha sido también señalado de colusión con el cártel del golfo. Por ello no me parece sorprendente el caso del ex general Dauahre.
Lo que sí me parece grave, es que se sigan señalando culpables a través de los llamados “testigos protegidos”, pues basta con aducir una denuncia de estos desconocidos y opacos elementos señaladores para que el gobierno inmediatamente, sin pruebas contundentes, arraigue inmediatamente al acusado sin elementos de culpabilidad fehacientes salvo el puro “dedazo” o “pitazo” de ese supuesto protegido. Ello demuestra la falta de investigación en materia criminal por parte del Estado para poder integrar expedientes contundentes de culpabilidad. Y de paso la ineptitud del gobierno para poder establecer certeros controles de confianza entre sus mandos encargados de velar por la seguridad de todos los ciudadanos. Esa es la verdadera tragedia en este recién destape de colusión que no tardará, en el contexto electoral que atravesamos, en ser ampliamente politizado.