Pero también son tiempos de una plaga perniciosa que le ha hecho mucho daño a nuestro país en general y que aparece precisamente en cada contienda electoral; me refiero a los funcionarios chapulines.
Estos especímenes de la política que una vez que perciben que se les termina el hueso o que se presenta una oportunidad que conlleva en sí misma mayores privilegios, canonjías y emolumentos deciden abandonar el puesto que desempeñan en la búsqueda de su beneficio personal y traicionando lo que en principio debe ser su prioridad; que es realizar la función pública para la cual fueron electos directa o indirectamente.
Tal cual es el caso del ahora desmembrado cabildo de Torreón; que hasta la confección de esta columna, seguía desarticulado en parte.
Y es que sin primer regidor, ni síndico de mayoría, así como comisiones acéfalas como la de hacienda y cuenta pública, el cabildo de Torreón no funciona como debiera, de por si, no muy seguido tiene algo de que jactarse en cuestión de eficiencia, y ahora desarticulado en parte mucho menos lo puede hacer.
Independientemente de los motivos que los hayan orillado a tomar la decisión de abandonar sus funciones, llámense electorales o personales, con esa decisión, los ediles demuestran la poca seriedad de su compromiso hacia con la ciudadanía a la cual supuestamente representan, demuestran también su minado profesionalismo y sobre todo su avaricia de poder.
Este escenario (chapulines) representa uno de los principales motivos por los cuales la función pública resulta mediocre y diletante en nuestro país; puesto que resulta un insulto para los pensantes el atisbar como cualquier funcionario o servidor se da el lujo de abandonar sus funciones en la búsqueda de satisfacer sus intereses personales. Ojala así de fácil fuera para el resto de los ciudadanos de a pie; poder ausentarse del trabajo cuando uno lo desee con la seguridad de que éste nos estará esperando si nuestras aspiraciones no prosperan.
Hubo, sin embargo, algunas iniciativas en las pasadas propuestas de reforma electoral en nuestra entidad que buscaban impedir el “chapulinismo”, sin embargo, como era de esperarse, no prosperaron. En parte porque como bien reza el dicho: “perro no come perro”; los diputados no podían autoimponerse una restricción que ha sido la norma en la administración pública en nuestro país en sus tres ámbitos de gobierno.
De ahí que lo que nos queda es seguir observando como nuestros representantes populares, abandonan sus deberes sin el más mínimo pudor y sin importarles realmente lo que significa en toda la extensión de la palabra el servicio público. Por ello se vuelve necesaria la nueva gestión pública (NGP) ya que esta es una protagonista indispensable en la llamada reforma de Estado que sigue pendiente hasta el momento y que supone el adaptar a la función pública criterios derivados de la administración privada; criterios tan elementales como el prohibir abandonar el trabajo sin causa fuertemente justificada y que nada tenga que ver con ambiciones personales.
De otra forma, las cosas seguirán como de costumbre y los órganos colegiados de gobierno quedarán desmembrados cada tres, cuatro y seis años en beneficio de unos cuantos y en detrimento de las mayorías.