Según datos de la Organización Meteorológica Mundial de las Naciones Unidas, la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera alcanzó el año pasado niveles históricos récord de hasta un 38% más que a comienzos de la era industrial.
Con este precedente, se reunieron en Cancún, los presidentes de 192 países con el fin de atender lo que hasta hace no mucho parecía algo no tan importante y que de un tiempo a la fecha ha ocupado primordial importancia a grado tal que inclusive el mismo tema aparece un tanto desgastado: el cambio climático producto del efecto invernadero.
Dicha reunión (COP 16) busca revitalizar los tratados acordados en kyoto, pero que de nada han servido, pues el objetivo de dicha reunión buscaba reducir las emisiones de co2 para frenar el incremento gradual de la temperatura en nuestro planeta y que trae como resultado catástrofes naturales calamitosas en el orden ecuménico, pero que naciones industrializadas se negaron a acatar culpándose mutuamente de las emisiones y exigiendo raseros diferentes para cada país.
Las implicaciones de la cumbre, aunque importantes, carecen de trascendencia si no se logra, a final de cuentas, lograr convencer a países como los Estados Unidos, Japón, China e India de reducir sus emisiones ligadas a su crecimiento y desarrollo económico; y como, oficialmente, el mundo a salido de la recesión, se espera un incremento exponencial de nuevas emisiones de CO2. Y es en este punto, en donde realmente se encuentra la parte nodal de la discusión y que fue parte del fracaso de la cumbre pasada de Copenhague; es decir, los países industrializados, y los llamados “en vías de desarrollo” no pueden darse el lujo de frenar su crecimiento económico súbitamente, ni mucho menos estarían dispuestos a hacerlo en nombre de los más necesitados, puesto que éste grupo es el más vulnerable a las tragedias producto del desfase climático.
Tan delicado es el tema que se ha procurado no tratarlo en demasía y optar por otras medidas secundarias que resultan ser “curitas” tratando de contener una hemorragia: protección de los bosques, reforestación (REED +), la creación de un fondo verde, la transferencia de tecnología verde hacia países no desarrollados, etc., etc. Sin duda resultan factores importantes, pero no suponen la solución al problema; tan es así que en cada cumbre se presentan propuestas innovadoras con el objetivo de proyectar posibles soluciones, pero que carecen de fuerza suficiente como para dar un golpe contundente a las emisiones de carbono (tal es el caso del nuevo enfoque orientado hacia las ciudades soslayando a los países).
El dilema, pues, es muy sencillo de entender, pero difícil de asimilar, en términos sencillos podríamos ejemplificarlo de la siguiente manera: la empresa LALA en la comarca lagunera depreda los mantos acuíferos a grado tal que los laguneros en su totalidad ingieren agua con altos niveles de arsénico, condenados con ellos a diversas enfermedades, sin embargo, LALA es el orgullo de la laguna y da empleo a miles de trabajadores, que, en el supuesto de rescatar los mantos acuíferos, supondría el cierre de LALA y el despido de miles de trabajadores. Así de difícil es el dilema del cambio climático, guardadas todas sus proporciones.
La verdadera cuestión: salvar nuestro mundo a costa de más pobreza o crecimiento económico a cambio de tragedias inimaginables.