Es una tragedia lamentable que
ha enlutado no solo a la CDMX, sino a nuestro país completo. Se trata de un
servicio público que ha terminado en calamidad, que hoy ha generado la
indignación de gran parte de los mexicanos, quienes desde luego exigimos que se
castigue a los culpables, porque sin duda alguna los hay, debe haberlos. Esto
va más allá de un partido, de siglas, trasciende las coyunturas electorales, se
trata de los mismos males que son endémicos en este país, y aunque a ciencia
cierta no sabemos cuál de las dos es la causa de la tragedia de la línea 12 del
metro de la Ciudad de México, ciertamente tenemos dos males enquistados:
corrupción y negligencia. Pudo ciertamente ser corrupción, pues es muy común
que la obra pública en México sirva solo para desviar recursos y que la calidad
de las obras sea paupérrima. Un político o funcionario corrupto existe gracias a
contratistas o proveedores igual de nefastos. Facturas infladas, obras sobrevaluadas,
material de baja calidad, falta de supervisión en ejecución de obras y al final
las tragedias se hacen presentes o en el mejor de los casos pésima calidad en obras
y servicios públicos. Por otro lado, también pudo ser negligencia, pues la
ciudad es azotada de manera frecuente por sismos, y estos terminan por
deteriorar materiales, desgastarlos, fracturarlos, por lo que se requiere de
una supervisión constante del estado y condiciones de toda la infraestructura
pública y privada que pudiera ser riesgosa para los ciudadanos, pero también el
no hacer estas supervisiones, el dejar pasar el tiempo, el desentenderse de la
idea de que todo servicio requiere mantenimiento básico y si a eso agregamos
que existen condiciones que incrementan la necesidad del mantenimiento (zona
sísmica) y no hacer nada es negligencia pura, sobre todo cuando al parecer ya
había denuncias ciudadanas sobre problemas en la estructura que fatídicamente
colapsó. El socavón en Cuernavaca que supuso la pérdida de vidas humanas (menos
que en la línea 12) nos dejó en claro que la inversión es mucha, pues se
trataba de una autopista recién inaugurada y que costó el doble de lo
presupuestada y que la calidad fue poca, y, sobre todo, que en caso de
tragedias jamás hay responsables, mucho menos culpables pagando por la pérdida
de vidas humanas. Es lamentable la pérdida de recursos en este tipo de obras,
pero más lamentable la pérdida de vidas humanas por corrupción o negligencia.
Para el caso de posible corrupción, los peritajes serán clave para determinar
si la obra era de mala calidad y entonces que se proceda contra grupo Carso y
quienes gobernaron la ciudad en el año en que se construyó la línea 12; si el
resultado fue desgaste por sismos y factores medioambientales, que se castigue
a quienes gobiernan actualmente y tenían la responsabilidad de supervisar el
estado de esta obra y el mantenimiento de la misma, así como a quienes ignoraron
las denuncias ciudadanas de las irregularidades físicas de la obra. Es absurdo
que estas tragedias tengan que suceder para darnos cuenta de que debemos reforzar
la transparencia para evitar corrupción y la profesionalización de nuestros funcionarios
para que hagan bien su trabajo, es lamentable que sigamos buscando culpables
momentáneos sin atender el verdadero mal que sigue incólume en nuestro país: funcionarios
corruptos o incompetentes.