Las democracias deben madurar,
por lo tanto, sus integrantes también. En nuestro país la política es un
círculo viciado al que la gran mayoría se ha acostumbrado. En cada campaña política
aparecen los candidatos con las mismas costumbres, los lugares comunes, los rituales
que los vuelven patéticamente predecibles: abrazar ancianos, besar infantes, realizar
actos que habitualmente nunca realizan como hacer deporte, asistir a sesiones
de danza, hacer labor comunitaria, ir a gimnasios, celebrar juergas con diversas
grupos; así como caminar y caminar tocando puertas pidiendo el apoyo con
propuestas tan genéricas, vacías y absurdas que solo denotan el tradicionalismo
del político mexicano que no tiene la menor idea del funcionamiento de la
administración pública, pero que saben que la mayoría de las personas creerán
en las promesas de siempre. El tradicionalismo en política ha hecho que trivialicemos
actos tan importantes y trascendentes en política como lo son la dimensión
propositiva; es decir, aquella que tiene que ver con el plan de trabajo de los
candidatos, aquel plan que nos permite saber qué grado de conocimientos sobre
los problemas reales y sus soluciones factibles tienen todos los aspirantes. Esta
profundización de la dimensión propositiva solo puede darse a través de un
debate político, pero no el debate que también hemos trivializado, aquél en el
que los participantes terminan intercambiando diatribas y acusaciones, aquél en
el que los ciudadanos participan como espectadores solo por morbo. Sin embargo,
no tiene que ser así, pues el éxito de un debate, independientemente del grado
de profesionalismo de los participantes, depende en mucho del moderador, aquél
que, en efecto, modera, regula y guía el contenido del debate, porque
ciertamente los debates en México se han concentrado en los ataques personales de
los contendientes y rara vez en propuestas de desarrollo social, formas de autogobierno,
prioridades de la agenda pública, etc. Los beneficios de los debates son
varios; entre ellos resaltan los siguientes: conocer la capacidad argumentativa de los participantes,
mayor tiempo para detallar las propuestas y la forma en que se ejecutarán
debido a que en los recorridos por colonias el tiempo es limitado, evaluar el
grado de conocimiento de cada candidato sobre el diagnóstico de las necesidades
de la comunidad y sus soluciones; comparar, a final de cuentas, la mejor
opción. Se trata de crear cultura política, de considerar al debate político como
patrimonio público, aprender a distinguir entre declaraciones propagandísticas
y el auténtico debate político, a que maduremos como ciudadanos, a que profesionalicemos
la política y a los políticos, a que trascendamos del tradicionalismo al
vanguardismo. La administración pública es una ciencia que da soluciones a problemas
sociales, y los debates, aunque no son necesariamente planes de desarrollo, son
ciertamente la antesala o las bases del diagnóstico que permite definir
problemas. En políticas públicas, el paso más importante es la definición del problema
para empezar a implementarlas y resolver problemáticas sociales, por ello el
debate consiste básicamente en plantearle a los participantes algunos problemas
locales y dejar que ellos en un determinado tiempo expliquen la forma o las
estrategias con las cuales ellos de manera hipotética resolverían el problema
sin permitir que se desvíen en las banalidades que han caracterizado el debate
en México. Por ello, los debates deben ser un requisito, una obligación en cada
contienda, sin importar ámbito o cargo. Se trata de cultura política, se trata
de madurar como sociedad, se trata de profesionalizar la política en aras del
bien común.