Imposible, solo un neófito en estos temas se atrevería a realizar un juicio sobre el crecimiento económico del actual sexenio, pues nos encontramos prácticamente en los albores del primer gobierno de izquierda en México. Por eso simple hecho resulta imposible emitir una conclusión, no obstante, lo que sí podemos hacer es una comparación con el año inmediato anterior y analizar las condiciones actuales para precisar el Estado actual de nuestra economía. Si bien es cierto, el crecimiento económico en nuestro país ha sido generalmente mediocre, muy alejado de ese promisorio 7% del que tanto alardeaba -como suele hacerlo- el entonces presidente Vicente Fox. En promedio, el crecimiento económico durante el foxismo fue de 1.95%, mientras que, durante la administración de Felipe Calderón, el mismo fue de 1.75%, teniendo un repunte considerable, pero insuficiente con Enrique Peña Nieto al llegar a un promedio sexenal de 2.4%. Las cifras antes mencionadas son ínfimas y en términos generales retrasan el crecimiento general de América Latina; por ello, resulta absurdo emitir un juicio sobre el crecimiento actual del gobierno del presidente López Obrador. Como podemos ver, históricamente nuestra economía ha observado un crecimiento bastante timorato, sin embargo, hablar de que ello es una señal inequívoca de una recesión es todavía más absurdo. Técnicamente, para que esta se dé, se requieren dos trimestres consecutivos de nulo crecimiento económico caracterizado por una disminución del consumo, de la inversión y de la producción de bienes y servicios lo que trae consecuentemente un aumento de las tasas de desempleo. Para ello, los indicadores del INEGI que señalan un débil crecimiento de 0.1% echan por tierra las condiciones para tal escenario. Si a esto agregamos que El Banco de México (Banxico), entidad completamente independiente del gobierno federal, acaba de elevar en 2 puntos base su tasa de interés, de 8 a 8.25 por ciento, nos encontramos con un problema que augura un crecimiento débil para el resto del año. Y es que, al elevar las tasas, se produce un incremento en los costos del crédito, como los hipotecarios y los automotrices, y en los intereses que cobran en las tarjetas de crédito. Lo cual desincentiva el gasto y promueve el ahorro, y sin gasto no hay liquidez y si liquidez de ralentiza la economía mexicana. Esta ralentización es mejor conocía como una atonía o bajo crecimiento, pero jamás una recesión ni mucho menos una crisis económica. De tal suerte, que, según las condiciones actuales, sumando a esto el panorama internacional por el proceso electoral estadounidense que ya inició con los debates de precandidatos; -y es que dependemos tanto de la economía estadounidense que el alza de las tasas busca ajustarnos a las cuatro alzas que ha tenido la reserva federal en los Estados Unidos-; todo parece indicar que tendremos un crecimiento bajo durante el resto del año 2019. Es simple predecir un bajo crecimiento económico para México, pues la austeridad republicana actual reflejada en acciones como la cancelación del nuevo aeropuerto y las inversiones que ya se realizaban suponen una disminución en el gasto lo cual se resiente en la economía, por ello, en lo que la nueva ley de austeridad y sus efectos se acoplan al ciclo económico en México, seguiremos con crecimiento bajo, con la esperanza de que poco a poco la estabilidad llegue y el crecimiento supere las fronteras de la recesión y aleje con ello todos los males que la incertidumbre económica suele generar en nuestro país.