miércoles, 13 de septiembre de 2017

SUEÑOS ROTOS

El concepto hace alusión directa a los soñadores, los llamados “dreamers”, individuos mexicanos que emigraron a Estados Unidos desde pequeños con sus padres en busca del sueño americano, es decir, en busca de la prosperidad alejándose de una nación que no pudo jamás otorgarles las condiciones necesarias para el desarrollo personal y de sus familias. Estos indocumentados, culpables del éxodo por un corrupto en ineficiente gobierno, estaban amparados una vez que cumplieran ciertos requisitos bajo el programa auspiciado por el entonces presidente Obama, denominado programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia o DACA, por sus siglas en inglés. Muchos de los “Trumpfóbicos” basaban sus temores hacia Donald Trump por sus comentarios xenófobos y anti mexicanos de manera particular, en especial, porque una de las promesas de campaña del actual presidente norteamericano era poner fin a esta política de amnistía que beneficiaba a muchos mexicanos, pues el 76% de los 750 mil soñadores son de origen azteca. Y es que los argumentos de los opositores al DACA, es que gracias al programa estos beneficiados obtienen empleos que podrían ser aprovechados por estadounidenses o inmigrantes con estatus legal; cabe mencionar, que, bajo dicha política, los beneficiarios reciben permisos de trabajo temporales, licencias de conducir y un número de seguridad social.
Es por ello que la decisión ejecutiva, para empezar, no debe sorprender a nadie, era una acción que se esperaba, pero que intentamos olvidar, sobre todo para un gobierno mexicanos que tiembla en estos momentos al imaginar que tendrá que lidiar con cientos de miles de posibles deportados que definitivamente incrementarán los porcentajes de pobreza en este país. Al respecto, surgen los pronunciamientos de nuestra clase política, pronunciamientos que suenan a hipocresía, pues es irónico que nuestras autoridades intenten ofrecer garantías de estabilidad a los posibles deportados cuando fue precisamente la inestabilidad de nuestras políticas económicas las que los orillaron a abandonar esta nación. Nada más contradictorio puede haber. Y es que una de las recomendaciones de la cámara de diputados al ejecutivo federal, es que se realicen convenios con empresas mexicanas trasnacionales para que contraten inmediatamente a estos posibles deportados, “de acuerdo a su capacidad y experiencia profesional”. ¿Y el resto de los mexicanos no tenemos los mismos derechos al empleo? ¿Los soñadores supondrán ser un incentivo más a la discriminación en este país? Independientemente de lo que suceda, tenemos limitados seis meses, antes de que el congreso norteamericano legisle sobre el destino de estos soñadores, y la realidad es dura: no hay buenos pronósticos para ellos. En esos seis meses, nuestro gobierno deberá pensar en una estrategia para incorporar a nuestra sociedad a individuos que en su mayoría ni siquiera hablan español, que jamás han vivido en este país y que desconocen la realidad mexicana. La pesadilla se está volviendo realidad, las palabras de Huntington regresan a nosotros como eco y nos recuerdan una realidad que por mucho tiempo decidimos ignorar. No es problema de los estadounidenses, sus leyes y sus decisiones son de ellos, el problema siempre ha sido nuestro, pero la comodidad de enviar al norte nuestras cifras de desempleo nos cobrará la factura, más temprano que tarde.