jueves, 24 de agosto de 2017

DOBLE INDIGNACIÓN

¿Qué se supone que debe hacer un individuo que acude a un centro de salud público esperando atención profesional y encuentra malas caras, malos tratos, indiferencia, impuntualidad, tortuguismo, burocracia? ¿Cómo debe reaccionar frente a un grupo de “profesionales” de la salud que cobran y viven gracias a la prestación de los servicios que muchos necesitamos, pero que parece que no entienden la encomienda de la responsabilidad que detentan? Es cierto, un guardia de seguridad privada cuenta con más entrenamiento y equipo que un policía común, las lámparas en los municipios regularmente están fundidas y la comisión federal de electricidad no es congruente con su presunción de clase mundial cuando no puede asegurar suministro constante ante decenas de apagones en plena canícula, las clínicas privadas de salud son eficientes en todos los sentidos, desde la buena cara de una recepcionista, hasta el uso de equipo de primer mundo. Los servicios públicos son, sin duda alguna, máxima prioridad del Estado y razón de ser del mismo, y dichos servicios se sostienen sin duda con recursos de origen eminentemente públicos, es decir, con las contribuciones e impuestos que todos los ciudadanos debemos pagar. No obstante, es una verdad de Perogrullo saber que los servicios públicos, en comparación con los privados, son siempre deficientes, deplorables y bastante cuestionables en cuanto a su operatividad y sobre todo su costo beneficio. Seguridad pública, alumbrado, agua, drenaje y seguridad social son servicios fundamentales para cualquier sociedad, nodales en cuanto a la preservación del status quo y para el desarrollo de todos los individuos. Para el caso particular de la seguridad social, la CNDH registra en 2016 más de 14 mil casos de denuncias sobre negligencia médica, pero no hay un registro sobre malos tratos, malas caras, sobre el trato inhumano y degradante que reciben miles de usuarios por cometer el atrevimiento de necesitar una vacuna para un recién nacido, o una simple inyección ante un dolor por un descalabro. Pero la indignación no es privativa de los usuarios considerados limosneros de servicios de salud a los cuales tiene derecho y a los cuales sostiene con sus impuestos, incluidos los sueldos de los trabajadores de los centros de salud. No, la indignación es de los directivos de dichos centros o de personal del sindicato respectivo cuando nos atrevemos a señalar un pésimo servicio. Como si el servicio fuera una especie de favor o una dádiva por parte de quienes están obligados y son realmente servidores de los usuarios. Los patos les tiran a las escopetas, de la misma manera que los empleados maltratan a los dueños, pues los usuarios, con sus impuestos, son los verdaderos dueños de los servicios que solicitan. Pero en este país, no solo se debe tolerar una mala cara en todo lo que apeste a público, llámese escuela, hospital, registro civil, etc., sino que se debe hacer mutis porque podemos ofender a algún sensible dirigente o directivo que piensa que su deber es defender un servicio independientemente de la eficiencia del mismo, y no la satisfacción de los usuarios cada vez que asisten a implorar un favor que de pronto parece pecado en una sociedad sharia. Se trata de rutinas tan enquistadas que de pronto se han vuelto políticas institucionales: impuntualidad, maltrato de usuarios, escasez de material y equipo, o, en otras palabras: ausencia de profesionalismo o quizá privatización de servicios públicos por simples empleados que han olvidado su razón de ser. Y peor aún, líderes o directivos cuestionables que además de intolerantes, intentan censurar la libre expresión de usuarios para así proyectar la falsa imagen de que todo está bien y que, si no nos gusta, que paguemos por un servicio privado y ante esta afirmación, vale recordarles en respuesta que, si no pueden entregar un servicio de calidad, entonces que renuncien. Finalmente: ¿cuál indignación vale más? ¿La del usuario ofendido, o la del mal prestador del servicio cuya actitud fue evidenciada? Me parece que la respuesta es sencilla.