La antonomasia surte efecto de manera inmediata; cuando se menciona el
nombre de Porfirio Díaz lo primero que viene a la mente sin duda alguna es el
tema de la reelección, o un lapso de gobierno caracterizado por la continuidad
del mismo hombre en el poder ejecutivo. Tal es caso del tres veces alcalde de
Allende, Esteban Barrón, quien recientemente se ha registrado como pre candidato
e intenta encontrarse por cuarta ocasión con la presidencia municipal de
Allende. Hay en el susodicho la característica porfiriana de la reelección,
aunque ciertamente y de manera fehaciente en él se encuentra totalmente ausente
la característica positiva del General Díaz: su eficiencia como gobernante para
detonar el crecimiento y desarrollo de México, en este caso y guardadas todas
las proporciones, el desarrollo y
crecimiento de Allende. Por ningún lado se puede observar una línea específica
de crecimiento en esta ciudad, mucho menos de desarrollo, por lo que la estela
de la mediocridad administrativa y del subdesarrollo tiene raíces históricas
bastante profundas, que desde luego implican al tres veces alcalde. Nada hay en
los archivos históricos que respalden de manera positiva al tipo que desea ser
por cuarta vez presidente municipal. Solo los comentarios proferidos sobre su
carisma al regalar dinero en efectivo en cantidades ínfimas, desde luego, a
quien se le acercaba a pedirle. Su clásico saludo con sombrero ajeno generó un
recuerdo específico sobre su persona: aquél alcalde que regalaba dinero (de las
arcas públicas) para mantener su puesto y asegurar las futuras reelecciones.
Precisamente, a esa reminiscencia aún no extinta le apuesta la fuerza política
que lo respalda por cuarta vez: a la estulticia de un pueblo conformista que
queda satisfecho por la supuesta generosidad de un individuo que supo ganar
filias en base al populismo al más puro y viejo estilo del antiguo régimen.
Apelando al viejo adagio de “más vale malo por conocido que bueno por conocer”
sus impulsores intentan mantener un sistema que ha resultado ineficiente en los
tres ámbitos de gobierno, y que en el aludido representa al más anacrónico,
obsoleto, inveterado y deficiente “modo de administrar la cosa pública”. Había
en la figura de Porfirio Díaz dos hombres: el primero era el tirano, el sujeto
enquistado en el poder, el que veía un sistema perfecto sin entender sus
defectos y el cual simplemente no podía comprender su funcionamiento sin su
presencia, y por otro lado, estaba la figura del visionario, del emprendedor,
del eficiente administrador que buscó y logró detonar el desarrollo de este
país. En el caso de Esteban, solo la figura del “enquistado” puede hacer
referencia a la antonomasia directa con el dictador oaxaqueño, de ahí en más,
no hay punto de comparación. Estamos por ver una batalla decisiva: la añoranza y
el retorno al conformismo o la exigencia de la eficiencia. Cada pueblo tiene el
gobierno que merece.