La migración siempre ha sido un tema que genera controversias, también
despierta nacionalismos fieros y
sentimientos de ostracismo. Sobre todo cuando está de por medio un proceso
electoral que toma como arma de batalla política dicho tema, ya sea en
beneficio o detrimento de los inmigrantes del país del cual se trate.
Tal es el caso de los Estados Unidos, en el cual, el precandidato republicano
Donald Trump, ha iniciado una serie de discursos de precampaña lesivos hacia la
comunidad hispana, al asignar motes peyorativos a los extranjeros de origen
latino que residen en aquella nación. Sus arengas, lejos de restarle simpatías,
le han ganado adeptos que lo ubican en el primer lugar de diversas encuestas
tanto por encima de los mismos aspirantes de su partido, como de los mismos
aspirantes demócratas.
Según el Washington Post y la cadena ABC, Trump se consolida con el 33% del
respaldo de los conservadores de su partido, mientras que Ben Carson, su rival
más cercano, cuenta con el 20% y, en última instancia, se encuentra Jeb Bush,
con un 8%. Además de las múltiples muestras de cariño y apoyo que Trump recibe
en donde quiera que se presenta.
Ciertamente hay un sentimiento antihispano que está presente y de manera
recalcitrante en la sociedad estadounidense, y que en cierto modo muchos
latinos, particularmente mexicanos, se niegan a aceptar. Este sentimiento,
puede ser explicado en un libro que ya tiene años y que fue escrito por el influyente
politólogo estadounidense, Samuel P. Huntington, su libro: “El reto Hispano”,
señala atinadamente que la amenaza más inmediata y más seria para la identidad
tradicional norteamericana proviene de la inmensa y continua inmigración
procedente de la América Latina, en especial de México, y de las tasas de
fertilidad de esos inmigrantes, comparadas con las de los norteamericanos
nativos, tanto blancos como negros. Además de afirmar que los hispanos
erosionan las instituciones estadounidenses con su cultura muy alejada de la idiosincrasia
anglo americana. Estos temas que algunos consideran racistas, llevan en cierto
modo una verdad difícil de aceptar. Y es que toda sociedad tiene derecho a
restringir la entrada de migrantes, a imponer sus condiciones a los mismos
viajeros y a defender a capa y espada su cultura y estilo de vida que los
definen como sociedad de lo que consideran amenazas extranjeras disfrazadas de
migración. Desde luego que no defiendo la posición de Trump, sino que me
parecen justificables los sentimientos antiinmigrantes de ciudadanos que se
sienten identificados con el aspirante a la presidencia de los Estados Unidos.
Finalmente, y esto es una de las ironías del sistema electoral
estadounidense, la elección no la gana necesariamente quien reciba más votación
de los ciudadanos, sino quien obtenga más votos de los llamados colegios
electorales. Por ello, aun si el republicano tuviera el respaldo de un gran número
de votantes, los migrantes y nuestra propia economía (que se beneficia de las
divisas que envían a nuestro país) pueden respirar tranquilamente, pues quienes
deciden la elección son los colegios electorales y ahí, la democracia toma
formas inesperadas.