Definitivamente causo cierta indignación en algunos congresistas la carta
enviada al poder legislativo por el cineasta, Alfonso Cuarón, quien cuestiono
sencilla pero acertadamente la llamada reforma energética en vísperas de la discusión
de las leyes secundarias de la misma.
Y es que preguntas ciertamente relevantes referentes a las afectaciones al
medio ambiente derivadas de nuevas técnicas de explotación masiva, el
cuestionamiento sobre si se tiene planeadas o contempladas el uso de
tecnologías de energía alternativa, también sobre la posibilidad de corrupción
derivada de inversiones cuantiosas en las paraestatales y sobre la
posibilidad del riesgo de incrementar la
burocracia con las nuevas inversiones; al parecer incomodaron a algunos miembros
del poder legislativo como es el caso del senador priísta David Penchyna. Quien
reviró al cineasta con una sencilla, pero escueta frase: “Esta no es una película, es la vida real”.
Según el senador, las discusiones más importantes sobre la reforma tuvieron
ya lugar, para eso se realizaron foros y mesas de análisis arrojando como
resultado tres mil hojas de análisis sobre el tema de la reforma. Por ello el
senador desestima la carta enviada por Cuarón.
Me parece que el tema es de vital importancia, aunque verdaderamente se ha
desviado dicha importancia y se ha trivializado al grado de que la esencia del
cuestionamiento ha quedado traslapada por el hecho de que Cuarón es un ciudadano
más que no merece la atención solo por el hecho de haber ganado varios premios
por su trabajo como cineasta. Lo que quizá el Senador pasa por alto, es que en toda reforma la
letra “chiquita” resulta ser la decisiva en cualquier reforma o reordenamiento
jurídico o normativo, y es precisamente la confección de la ley secundaria la
que debe ser sometida al escrutinio público. Y no es para menos, ya que conforme a la
doctrina constitucional más ampliamente aceptada, “el constituyente ordinario no puede revertir decisiones fundamentales
tomadas por el constituyente originario, en este caso el de 1917, sin antes
consultar al depositario originario de la soberanía, que es definitivamente el
pueblo mexicano”. Al cual, por cierto, no se le consultó en la aprobación
de la reforma o ley general.
Definitivamente, como dice el senador, “esto no es una película”, pues por
lo menos las películas tienen finales generalmente felices, cosa que no suele
suceder ordinariamente con las decisiones tomadas por nuestros representantes políticos,
por ello es imprescindible que los debates no sólo se den en el congreso, pues
es la sociedad quien debe estar al tanto de las implicaciones de la ley
secundaria y aprobar que la misma entre en funcionamiento, pues a pesar de las
tres mil páginas sobre las que aduce el Senador, dudo mucho que el grueso de
los mexicanos hayan asistido a los foros
y análisis de las cámaras, colegios, asociaciones y líderes sociales que
con tono despectivo hacia la misiva del cineasta profiere el senador.