La filosofía intervencionista de los Estados Unidos es
clara; desde aquél sueño de James Monroe en que Dios le dijo que la misión de los
Estados Unidos era llevar la libertad y la democracia por todo el mundo, y de ahí
deviniera la frase “América para los americanos”; el intervencionismo yanqui ha
sido el sello de los Estados Unidos en cuanto a su política externa. Vendría después
la política del gran garrote de Roosevelt, en donde los Estados Unidos
funcionarían como “la policía” del continente americano, para instaurar el orden
en donde así fuese necesario. Para el caso mexicano, basta recordar a los entonces
presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez que sirvieron como espías
y estaban incluso en la nómina de la CIA bajo el intervencionismo yanqui en la
época del auge del comunismo. Es precisos señalar, que el intervencionismo es
muy diferente del asistencialismo o la cooperación bilateral; es cierto que los
Estados Unidos ha apoyado países como Colombia con recursos para combatir al
narcotráfico y la Iniciativa Mérida para apoyar con recursos a nuestro país en
temas de seguridad; esta cooperación bilateral es una suma de esfuerzos encaminados
a resolver problemas comunes, y distan mucho de una intervención física con
tropas o agentes en tierra. No es difícil de entender la diferencia entre los
dos conceptos. Por ello, resulta un ofrecimiento de intervencionismo puro el
que ha realizado el presidente Trump al gobierno de Andrés Manuel López Obrador
para erradicar a los cárteles de la droga. Estados unidos puede en su territorio,
decretar como organización terrorista a quien le venga en gana, pero ello no
significa de ninguna manera que arbitrariamente y sin permiso alguno pueda
ingresar a territorio extranjero a eliminar células catalogadas como terroristas.
Algunos evocan la intervención estadounidense en Irak, pero olvidan que para esto
debe haber una resolución del consejo de seguridad de la Organización de
Naciones Unidas que avale un intervencionismo y este debe ser justificado de
tal manera que afecte o ponga en riesgo el orden mundial. Ahora bien, para
definir a un grupo como terrorista, la legislación en Estados Unidos requiere
que se trata de una organización extranjera y que su “actividad terrorista o
terrorismo debe amenazar la seguridad de los ciudadanos estadounidenses o la
seguridad nacional”, situación que no se presenta en la actualidad; pues el
único registro de este tipo en la historia bilateral México-Estados Unidos, fue
la invasión de Villa a Columbus que amenazó la seguridad de ciudadanos gringos
y propició la intervención militar yanqui en México para capturar al
revolucionario a cargo del General Pershing. Además de todo esto, resulta
patético escuchar al presidente Trump hablar de limpieza, cuando seis de los
nueves cárteles de droga más importantes de México operan en Estados Unidos (Juárez,
Sinaloa, Jalisco Nueva Generación, del Golfo, Zetas y los Beltrán Leyva), el
mercado más grande en cuanto a consumo de cocaína, heroína, mariguana,
metanfetaminas y fentanilo. Quizá debería por empezar a limpiar su propia casa
y con ello, sin esfuerzo alguno, disminuiría la violencia en México. Se trata,
finalmente, de un sello de casa, de una idiosincrasia inmutable, de una filosofía
arraigada, de un tatuaje indeleble llamado intervencionismo que caracteriza la
política exterior de los Estados Unidos y que asoma nuevamente en el ofrecimiento
de “limpieza” que Trump hace al presidente AMLO. No hay riesgo alguno, no hay
nada que temer en este tema, se trata de Estados Unidos siendo leal a su
esencia discursiva.