Se trata de un principio elemental de respeto, de distanciamiento, de no intervención. Se trata de respetar la autonomía y la soberanía de las naciones. ¿Dónde está escrito que forzosamente se debe tomar parte en un conflicto político interno de un país determinado? La absurda idea de apoyar bloques obedece a una postura anacrónica derivada de las guerras mundiales en donde había que elegir bando; ¿por qué tenemos que ser lacayos de la visión estadounidense en una clara postura de adhesión que solo denota sumisión? Los estadounidenses a lo largo de su historia han tenido esa enfermedad de “defensitis” al sentirse con el derecho de defender principios democráticos en naciones supuestamente gobernadas por tiranos. Y es una verdad de Perogrullo que en cada causa de defensa subyacen intereses bastante lucrativos o estratégicos que justifican sus “justas” intervenciones. Al respecto, la postura del presidente AMLO fue y es la correcta; invocar la doctrina Estrada, que supone la aplicación de un principio diplomático de no intervención ni de pronunciamiento sobre la legitimidad de los gobiernos de otros países. Difícilmente como nación podemos exigir legitimidad a un presidente como Nicolás Maduro, cuando cargamos como país varios fraudes electorales presidenciales con posteriores presidentes en el poder carentes de legitimidad. Esa postura de querer ser candil de la calle y oscuridad de la casa resulta patética. El entrometido exigiendo privacidad. Simplemente no cuadra. Las elecciones en las que resultó reelecto Nicolas Maduro se llevaron a cabo sin la participación tradicional de la oposición, pues aludían falta de condiciones de justicia, equidad e imparcialidad, es decir, no participaron, pero exigen que se vuelvan a realizar los comicios. Decidieron mantenerse al margen, pero ahora bajo la figura de Juan Guaidó proclaman legitimidad y reclaman el apoyo y la adhesión de la comunidad internacional para justificar esta especie de golpe civil de Estado. Cabe mencionar, que el ganador absoluto de esa elección fue el abstencionismo, con 54% de electores que no salieron a sufragar. De ninguna manera defiendo el régimen de Maduro, pero si hablamos de legitimidad, hubiera sido más legítima esta insurrección si se hubieran presentado a la competencia electoral y documentado las ignominias de una elección de Estado y con base en esas pruebas iniciado la insurrección, pero no fue así. Las salidas al conflicto venezolano son complicadas y difícilmente terminarán signadas por el diálogo y los acuerdos democráticos. Lo que es una realidad, es que Maduro fue electo legalmente presidente en mayo del año pasado y hoy es víctima de un movimiento que cuestiona legitimidad, y que se ampara al igual que Maduro, en la constitución, y ante este dilema de interpretación constitucional que es taxativo al sistema político venezolano, no nos queda más que mantener una postura neutral, de respeto, de imparcialidad, de no intervención en asuntos que no nos competen y que además por congruencia absoluta debemos mantener la distancia. Estamos apenas los mexicanos dentro de un proceso de alternancia electoral que promete cambios estructurales en nuestro país, con cientos de problemas que resolver, con retos tan grandes como inveterados, como para estar inmiscuyéndonos en un problema que además de ajeno, desconocemos en su totalidad. La doctrina Estrada ha sido la mejor salida a este dilema de posturas que intenta crear el bando de los buenos y de los malos, y para no perder la costumbre, liderados por los mismos de siempre.